¡¡Están hasta el padre!!

Por: Víctor M. Quintana S.

¿Qué puede explicar el formidable poder de convocatoria de la gran caravana de las mujeres este ocho de marzo? ¿Cómo dar cuenta de la gran participación donde destacan mujeres jóvenes de varias clases sociales? ¿Por qué lograron reunir en este acto en la ciudad de Chihuahua y por toda la República, un contingente que rebasó el más nutrido de los cierres de campaña partidistas, con todo y bandas de moda? ¿Cómo lo lograron a pesar de los exiguos recursos, sin templetes espectaculares, sin sonidos atronadores, sin camiones para el acarreo, ni botellas de agua, ni gorras ni camisetas regaladas?

¿Por qué hay quienes prefieren concentrarse en las pintas y en los grafitis y en los vidrios rotos y en las ventanas destrozadas cuando hay muchas más cosas por observar y por auto cuestionarse?

¿Acaso no pueden leer la infinidad de nombres que escribieron por las paredes de las ciudades?

Los nombres femeninos de las que se fueron, o se llevaron, de las que faltan, de las violentadas, de las abusadas, de las agredidas, de las asesinadas, de las desaparecidas. El más mencionado entre todos, en Chihuahua el de Marisela, sacrificada aquí, frente a Palacio por exigir justicia ante el feminicidio de su hija Rubí. Su feminicidio desde entonces ha nutrido, documentado, inspirado a los miles de ellas que pasan indignadas por estas aceras.
Los nombres masculinos, el del jefe abusador, el del esposo golpeador, el del novio violador, el del funcionario cómplice, el del policía victimizador, el del desconocido que agrede con solo mirar.

No vienen a solidarizarse con otras. Vienen a sororizarse todas con todas. Vienen porque todas ellas de alguna manera u otra han sufrido el acoso o la violencia, a veces abierta, otras veces sutil, pero más perversa. en todos los aspectos de su vida. Porque no hay tiempos ni espacios libres de ella: la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez. El hogar, la escuela, el trabajo, la calle, la tienda, el antro.

Por eso las indignadas cada ocho de marzo son más. Porque esa indignación, más y más extendida cada año, es el resultado de la pedagogía cotidiana de las muchas organizaciones de mujeres que con su activismo y sus palabras advierten, hacen conciencia, develan las violencias y las dominaciones machistas, de las frutas envenenadas detrás de los galanteos, incluso de las trampas machistas naturalizadas.
Denuncian el patriarcado, el sexismo y las violencias. Y aunque las palabras sean abstractas, sus denotaciones son muy concretas: tienen nombres y apellidos, lugares, fechas, puestos, cargos, poderes, gestos, gritos, golpes, balazos, cuchilladas, omisiones, discriminaciones, exclusiones marcadas en rojo en mapas y calendarios. Por eso las demanda más recurrente, más coreada, más insistente es la de Justicia en todas las voces y todos los tonos, fin a los feminicidios, alto a la impunidad exasperante.

Ante este alud de justa rabia y este movimiento de fuerte carga simbólica-expresiva, inútil e injusto fijarse en vidrios rotos, destrozos y pintarrajeadas. No se puede pedir que no caigan en expresiones agresivas a quienes un día sí y otro también sufren violencias, esas sí, personales y ultrajantes. No se puede apelar a las buenas costumbres, cuando éstas pueden ser la mejor coartada para el acoso y la sumisión de niñas, mujeres, jóvenes y adultas.
Están hartas de lo que consciente o inconscientemente, (normalizando racionalmente la violencia y el micromachismo en muchos detalles) les hemos hecho como individuos y como sociedad patriarcal, de que todo se quede impune. Ese el el mensaje, o lo comprendemos o lo comprendemos.

Están hasta el padre.