Trenton. Cuando huyes de la guerra, un largo vuelo de más de 20 horas y tres escalas “es lo de menos”. Cuando tu vida y la de tus seres queridos están en riesgo, el cansancio no es obstáculo porque esas 20 horas representan saberte a salvo.
En el vuelo que llevó de Rumania a México a 81 personas que escaparon de Ucrania, las historias se parecen; con sus matices, sus testimonios se escuchan como eco:
La invasión rusa les rompió la vida, sus sueños. Los apegos han quedado atrás. Amigos, familia, amores a los que se ha abandonado por huir, por sentirse a salvo a miles de kilómetros de casa.
La premura por salir de la zona de guerra impidió que Olga Boieva se despidiera de su madre. Viaja a México y probablemente no volverá a verla. La dejó con una enfermedad terminal. La culpa la carcome, pero hay algo más poderoso que la orilló a huir: Eva, su hija de dos años a la que quiere dar un futuro y una nueva esperanza.
“Mi madre está a punto de morir de cáncer. Por teléfono le dije que me perdonara, y lo entiende porque sabe que lo hago por ella”, dice mientras señala a Eva, que viaja a su lado y se esconde tras uno de los asientos de la fila 12 del Boeing 737 de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM).
Olga es ucrania y profesional del doblaje de películas. Desde hace cuatro años está casada con Héctor Núñez, arquitecto mexicano y vivían en Kiev.
Esta familia es parte de los 81 ciudadanos trasladados al país por el gobierno en la Misión Rescate, que envió un vuelo a Rumania para regresar con la mayor cantidad posible de connacionales y sus familias.
Para Olga, Héctor y Eva huir no fue fácil, ni la decisión y menos el camino hasta la frontera con Rumania –salieron por el punto fronterizo de Siret–. La odisea fue de varios días. Se toparon con retenes, cierre de caminos, pasos oscuros y la desventaja de ir a contratiempo, pues debían llegar a algún poblado antes del toque de queda. Cruzar la frontera les tomó un par de días por la saturación del éxodo y otros tantos para llegar a Bucarest, donde despegó el vuelo.
El miércoles llevaban una semana en fuga. Veinte horas de viaje más, son lo de menos.
“Estábamos muy en paz. No había problema de seguridad ni nada. Pero las ambiciones de expansión de (Vladimir) Putin llevaron a todo esto. Es la trágica realidad”, afirman. Eva sabe que no está en casa. Pregunta lo que sucede y no se le miente. Su madre responde que su país fue invadido y hay guerra. La pequeña sólo tiene claro que desde hace días su mundo no es el mismo.
Sus padres le cuentan que se trata de un gran viaje. “La sacamos de su casa, viene sin ropa. Le compramos un juguete para el camino, teniendo todo en casa”. Contra todo pronóstico, tienen la esperanza de que esto termine pronto, para retomar su vida en Kiev.
El Boeing 737 de la FAM despegó la mañana de ayer del aeropuerto internacional Henri Coandè de Bucarest con 81 personas. De ese total, 41 son mujeres y 40 hombres. De ellos, 44 mexicanos, 28 ucranios, siete ecuatorianos, un peruano y un australiano, además de una perrita llamada Ramona, parte de la familia de Ivette, mexicana casada con un ucranio y su hijo, Keny, de doble nacionalidad.
A bordo de la aeronave, Ramona es la sensación. Viajaba en las últimas filas pero no había persona que no le hiciera un guiño, una caravana, una caricia. La perrita salchicha se dejaba consentir. Su carisma pudo incluso con disciplinado carácter de la tripulación militar, la cual cedió al jugueteo con la canina.
En otra de las historias, a sus nueve meses de edad, María Aurelia jugó un papel central para que su familia lograra escapar de Ucrania. La bebé fue el pasaporte para su madre y su abuela, ambas ucranias. La pequeña es hija de un mexicano y tiene la doble nacionalidad, eso fue lo que agilizó la salida de esta familia.
Oksana, la madre de María Aurelia, vive en México y hace unas semanas viajó a su país para visitar a sus parientes. Nunca imaginó que la guerra llegaría y su regreso sería tan apresurado. Enfrentó dificultades similares a las de miles de refugiados para salir de una nación invadida por su vecino. La más dura, que se permitiera el paso a su madre. Oksana ya tiene un proyecto al aterrizar en suelo mexicano, pero para la abuela no será sencillo, pues no habla español y dejó décadas de vida “enterradas” en Ucrania.
Al cierre de esta edición, estaba previsto que el Boeing 737 aterrizara a la medianoche tras dejar esta última escala, en Trenton.
A bordo, los pasajeros lucían agotados. El cansancio era evidente en rostros y cuerpos. Tras de sí había días de fuga, de temor. Para estos 81 evacuados huir de la guerra les abre nuevos horizontes, pero saben que tienen un pendiente: algún día, regresar a Ucrania.
Javier, mexicano que viajó con su esposa y su hijo de tres años, sintetizaba todo antes del abordaje, tras preguntar cuánto duraba el trayecto hasta México: “Después de lo que todos hemos vivido, la travesía para salir y el terror de que una bomba nos pudiera matar… 20, 24 o más horas de un último vuelo, son lo de menos. Y todos también tenemos claro que volveremos a esa nación de euroasia”.
La Jornada.