15 de enero

Por: Rosalío Morales Vargas

Es la mitad de enero, alborea el 72,
el día frío y sin nubes sus alas desplegó
por las entumecidas calles de Chihuahua,
absortas, con un pasmo en el filo del asombro.

Había un olor a invierno y a desierto
en la mañana del color de la hojarasca;
sobre la tierra yerta se esparcían
como polvo sutil en la gélida ventisca,
los impacientes sueños sublimados.

Una insurgente tropa iconoclasta
se dispuso a cumplir con su tarea;
decoro en los pertrechos juveniles,
pletóricas de ideales las alforjas,
la ansiedad se bebía a sorbos insurrectos,
entrañables los ojos, de adioses las miradas,
el afán libertario en aludes se desliza,
la esperanza aparece a borbotones
en clave inclaudicable de revuelta.

Una borrasca ígnea se abatió en estruendo
por la orilla derecha del Chuvíscar;
sin novedad las otras líneas de combate.
La felonía muy pronto exhibió su atrocidad:
persecusión feroz, torturas desalmadas
en el festín grotesco de la infamia,
y ya muy cerca del crepúsculo,
se coló entre los pliegues de la tarde,
un magenta tiñendo el horizonte.

El rescoldo encendido de Madera
fue el faro en ese enero chihuahuense,
y aquel trágico invierno aún flamea
en la memoria que reverbera como ascua.
Creyó el poder de arriba que un triunfo había logrado;
pero en esa jornada inolvidable,
los verdugos mordieron la derrota
porque los vástagos del pueblo
anunciaron futuros con su sangre.