Por: Xochitl García
Es común que los niños lloren en su primer día de clases, hay muchas historias cada año escolar sobre niños que no quieren separarse de sus papás, incluso cuando mi hijo era más pequeño e iba a la guardería en varias ocasiones se quedó llorando porque no quería alejarse de su papá y su mamá, pero este año fue diferente.
Sí, mi hijo lloró en su primer día de clases, lloró.
Pero no lloró por quedarse en la escuela, no lloró cuando entro al kinder, al contrario: entró con su gran mochila colgando en la espalda, subiendo las escaleras, de poquito a poquito, porque nunca había subido solo escaleras.
Subió hasta su salón e hizo lo que otros niños hicieron: colgar su mochila afuera, una mochila que llevaba no solo su lonche, sino que llebaba toallitas desinfectantes, gel antibacterial, pañuelos de papel individuales, cubrebocas de repuesto; luego vio a sus papás del otro lado de la cerca, observándolo nerviosos, espectantes, con incertidumbre por la situación que vivimos, con miedo de que su pequeño y hermoso niño vaya a contagiarse de covid-19.
Con su pequeña manita nos dijo adios, y mamá una y otra vez le mandó besos aunque él ya no los vio, porque se distrajo con sus compañeras, viéndolas, siguiéndolas; después de año y medio de encierro, de ver de vez en cuando a sus abuelos y sin abrazarlos, de ver cada dos o tres meses a sus tias, sin acercarse mucho, de jugar solamente con su perro y con mamá y papá cuando no estaban trabajando, después de un año y medio podía estar cerca de otros niños.
El timbre sonó y las puertas de la escuela se cerraron, la maestra subió y las clases empezaron; papá y mamá se retiraron.
Pero mamá seguía nerviosa así que regresó a la escuela, desde afuera, desde el auto observó: era la hora del recreo.
Debido a la distancia no se veía bien todo, pero pudo distinguir a su bebé jugando: primero en el resbaladero, luego en el columpio; las maestras dando vueltas, observando a los pequeños y dándoles instrucciones.
Me quedé ahí hasta que sonó el timbre para volver a clases, lo ví enfilarse hacia el salón, con pasitos alegres, él con gusto atendía las instrucciones de las educadoras; ya dentro del salón no lo pude ver más así que volví a mis ocupaciones, y aunque me sentí mejor mis nervios continuaban.
Llegó la hora de salida, antes de que sonara el timbre mi marido y yo ya estabamos esperando en la puerta; de uno en uno, los padres pasaron por sus hijos a los salones, yo dejé que mi esposo pasara por él mientras me quedaba observando desde afuera: un abrazo a las piernas de papá y luego la maestra le dijo algo: había tenido un accidente en el salón.
Mi bebé se había golpeado con la mesa y se abrió el labio, alcancé a escuchar algo como: si quiere puede llevarlo con el médico; mi corazón saltó de preocupación. Luego de varias palabras mi marido tomó de la mano a mi pequeño y avanzaron escaleras abajo.
Mi bebé lloró en su primer día de clases, no por quedarse en la escuela, no por el golpe que se dio en el salón, ¡mi bebé lloró porque no se quería ir a casa!
Mi pequeño hijo tiraba de su papá para que no avanzara hacia la salida, le pedía que no se fueran, que regresaran a la parte de arriba de la escuela porque quería jugar más tiempo en los jueguitos, ¡mi bebé no quería irse a casa!
¿Que no los niños lloraban por quedarse en la escuela?
En ese momento supe que, aunque estemos con la preocupación sobre un posible contagio, mi hijo necesitaba esa convivencia con otras personas de su edad y aunque no puedan convivir como se solía hacer: con abrazos y compartiendo la misma paleta, el ver niños y estar en un ambiente infantil es de beneficio para él.
Muchos opinan sobre si llevar o no a los niños a la escuela, muchos de los cuales no tienen hijos pequeños que mandar; muchos dicen que por cuestiones políticas hay quien pide no se habran las escuelas y otros dicen lo contrario, muchos opinan que las mamás ya no aguantan a los hijos en casa y por eso los quieren mandar a clases, muchos que se creen conocedores del tema opinan sobre mandar a los pequeños pero ellos mismos no tienen hijos que mandar, opinan por opinar, opinan sin conocer, opinan sin estar involucrados y lo más importante: opinan sin tener nada que perder, sin miedo a perder lo que más amas.
Cada mamá y papá, cada tutor vive circunstancias diferentes: los que se encerraron para proteger, los que no se encerraron por las mismas razones; los que quisieron encerrarse pero no pudieron, los que creen en el virus y los que no, los que hacen hasta lo imposible por proteger a los pequeños y los que piensan que entre más los protejan más cosas les pasarán; cada familia vive en un entorno diferente y ha enfrentado la pandemia lo mejor que ha podido, por eso, solo cada uno de ellos, ante sus circunstancias, pueden opinar si es conveniente o no llevar a los niños a la escuela y solo ellos enfrentarán los riesgos y las consecuencias de acudir o no.
Mi corazón continúa latiendo fuerte, nervioso, con preocupación, pero mientras las condiciones se sigan dando en su escuela: sana distancia, exigencia de cubrebocas, desinfección constante de manos, y sobre todo el gusto de mi pequeño por asistir, mi hijo continuará acudiendo, porque su salud mental es tan importante como su salud física.