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Ayotzinapa: 81 meses

Por: Rosalío Morales Vargas

Para Jhosivani Guerrero De la Cruz

Se opacó el sol. Quedaron sólo los harapos
del macilento y húmedo crepúsculo,
como ascuas que agonizan en medio de la lluvia;
la pesadumbre no tardó en llamar al viento
para que denunciara la infame felonía,
y que esparciera con su voz atribulada,
repleta de aflicción y de congoja
la sórdida labor de los verdugos.

Se han acumulado los años,
el tiempo se hace viejo,
los muros de silencio
hechos de calicanto indescifrable,
rara vez abandonan su mutismo,
y la verdad parece que se esconde,
en la hondonada lúgubre
de la barranca de los carniceros.

Las manos asesinas tendrán que responder
por el crimen de los heraldos de la muerte,
por la tristeza y sufrimientos esculpidos
en el rostro contrito de una sociedad
hastiada del cinismo impune,
entumecida por el tormento de la angustia,
por la atmósfera de barbarie enloquecida
que propala mensajes de sevicia y odio.

Pero la lucha por encontrarlos no ha cesado;
no ha sido un grito solitario e impotente,
sino un canto rebelde, común y generoso,
el que impide que muera el alba que despunta,
el que ha sembrado la semilla del mañana;
porque la luz de Ayotzinapa
seguirá iluminando los caminos,
y renaciendo cada día.

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