Distinto 10 de mayo

Por: Rosalío Morales Vargas

Ellas prefieren luchas que festejos,
en territorios de insumisión las encontramos,
ocultan su dolor y su tristeza
en las oleadas de energía
que otorga la justeza de una causa,
y es que aquí no hay lugar para el boato,
porque en el alma se condensan sufrimientos.

No es terso su camino,
la primavera amarga
se ha embozado con velos de silencio,
y entre montañas de incertidumbre se levanta,
como en océanos de constelaciones macilentas,
un túmulo cerril de promesas incumplidas.

Sus voces desgarradas de reclamo
por el asedio del desdén,
a la acre desmemoria increpan;
arrinconadas en el cadalso de la angustia,
resisten y se aprestan a saltar
coordenadas de adusta indiferencia,
que con pinceles del olvido están trazadas.

Son las mamás que buscan a sus hijas
bajo la abyecta sábana
del abuso, la trata y la desaparición forzada;
las que obligadas a migrar por la miseria,
ven arrancados de sus manos trémulas,
a sus pequeños vástagos inermes;
las que sin importar la pestilente atmósfera,
y el sabor del insomnio en noches frías,
el único deseo que acarician,
es abrazar con fuerza los reencuentros
con sus hijos llevados en vagones de la ausencia.

Son las que beben las tizanas de exabruptos
a diario en sus hogares;
las que horadan pilastras
donde la impunidad sentó sus reales;
las madres rastreadoras
que cuentan las semanas, los meses y los años
con ábacos de agobio y persistencia.

Son las mujeres que ante el infortunio,
en medio del infierno de ansiedades y zozobras,
no se rinden ni cesan de alumbrar
otro futuro donde more la alegría;
las que enjugan sus lágrimas
en el paño rebelde de la dignidad;
las que interrogan a las élites de una sociedad
infeliz, temerosa y solitaria;
las que son refractarias a instalarse
en el rincón agónico de la desesperanza,
y que hoy posponen la algarabía de la fiesta,
para un tiempo de luz y de justicia.