Por: Rosalío Morales Vargas
Los fulgores de una alborada roja iluminaron el cielo de la mañana parisina el 18 de marzo de 1871. Obreros, mujeres artesanas, empleados, pequeños comerciantes y vastos segmentos de población de la capital de Francia iniciaron la revuelta social que daba el clarinazo a la era de la construcción de un nuevo tipo de estado donde las y los trabajadores tomaran el timón de los asuntos públicos. El impetuoso oleaje de las masas populares en acción puso a temblar a las castas privilegiadas de la vieja sociedad, que no podían aceptar que un mundo diferente, con el pueblo al mando era posible. Nacía la Comuna de París.
Aunque el estallido tuvo rasgos de espontaneidad, no fue en rigor, una rebelión caída como rayo en cielo sereno, sino la culminación de un proceso prolongado, donde se manifestó el ascenso de las luchas de clase en la rancia Europa de la segunda mitad del Siglo XIX, el surgimiento de la I Internacional, el desastre de la Guerra franco – prusiana, el derrumbe del Segundo Imperio frívolo y corrupto, la incapacidad de la burguesía francesa timorata y veleidosa para oponerse a la invasión teutona, la propagación de las ideas socialistas y anarquistas y la construcción de un imaginario social proclive a la revolución.
El levantamiento de París hace una centuria y media contenía los elementos de una crisis revolucionaria: los de arriba no podían ni querían, los de abajo no aguantaban las precarias condiciones de existencia, Napoleón “ el pequeño” se derrumbó, la burguesía exhibió su ineptitud y cobardía, la ruina se abalanzaba sobre los estratos pobres, en el seno de la clase obrera fermentaba un descontento, la lucha de las ideas se agudizó, una efervescencia rebelde elevó al pueblo como sujeto social, la batuta del poder entró en litigio y desde las profundidades de la sociedad se preconizó la idea de construir relaciones libertarias y emancipadas.
Ante el desprestigio y venalidad del gobierno de la burguesía que se entronizó sobre los escombros del Imperio y al cual se le encargó la defensa nacional, y el que sin rubor alguno capituló vergonzosamente de su encomienda, convirtiéndose en un gobierno de traición nacional abandononando a la población a su suerte. Con todos los obstáculos en contra, las y los comuneros hubieron de asumir dos enormes tareas que sintetizan la fisonomía del París insurrecto: una de carácter nacional, otra, de catadura clasista; esto es; defender a Francia de los invasores alemanes y liberar al proletariado de las tenazas del capital. Con heroísmo inusitado, las mujeres y hombres de La Comuna asumieron ese compromiso histórico sin vacilaciones ni titubeos.
Del 18 de marzo al 28 de mayo la epopeya del primer gobierno obrero del mundo se desarrolló a ritmo de vértigo: de la administración pública a las barricadas, del enfrentamiento con el gobierno de Versalles en complicidad con Bismarck a los decretos en beneficio del pueblo, de la urgencia de la unidad de acción a los disensos entre sectas, del análisis de la situación concreta a la exaltación de la voluntad, de la necesidad de actuar con dureza frente al enemigo a la convicción de usar métodos democráticos, de la defensa de la patria invadida a la convocatoria internacionalista,, de la amplia confluencia inicial al abandono de los aliados, del acíbar de la derrota al almíbar del triunfo moral.
En su corta vida, La Comuna instrumentó medidas de talante revolucionario; sustitución del ejército permanente por el pueblo armado, establecimiento del laicismo estricto en la educación pública, entrega a los trabajadores de las fábricas y talleres abandonados, establecimiento de una remuneración austera a los funcionarios públicos ( no mayor al salario de un obrero), separación de la iglesia y el estado, posposición del pago de las deudas y abolición de sus intereses, revocación de mandato de los representantes incumplidos, combinación de métodos de democracia directa y representativa, supresión del trabajo nocturno. Un gobierno popular, aunque de efímera existencia se hacía presente en la escena de la historia.
La Comuna no alcanzó a superar sus limitaciones como no confiscar los bancos, o marchar sobre Versalles para capturar al gobierno traidor que pudo rehacerse y recibir refuerzos para reprimir brutalmente a la insurgencia parisina y la milicia ciudadana. En cambio, entre los aportes indelebles del París rebelde está la contundente participación de las mujeres en la lucha; un cronista de la época dice “ las mujeres se comportaban como tigresas, vertiendo petróleo por doquier y distinguiéndose por la furia con que peleaban”, Louise Michel, una maestra anarquista proclamó, “ París será nuestro o no existirá jamás”. A la postre, La Comuna fue vencida militarmente y la insurrección proletaria sofocada durante “ la semana sangrienta” de finales de mayo, dejando en las baldosas de la Ciudad Luz una estela de 20000 cadáveres de las filas comuneras.
Para quienes nos reclamamos socialistas e imprimimos a nuestra práctica política una intencionalidad antisistémica no nos es ajena la proeza librada por la población de París en los candentes meses de marzo, abril y mayo de 1871; representa el viento primero en pos de instaurar la democracia obrera, la república del trabajo y la heroica iniciativa de cambiar el mundo. De la misma manera como La Comuna asaltó los cielos derribando la Columna de Vendôme; así el sistema de explotación del capital será hecho trizas por los pueblos del mundo. A 150 años de aquella gesta luminosa refrendamos el compromiso de combatir contra el despojo colonial, la tiranía del patriarcado, la devastación de la tierra, la dictadura de la ganancia, el lucro y la usura. La causa por la que luchó y murió la pléyade de los comuneros, es la causa de las y los socialistas de ayer y hoy. ¡ Viva La Comuna de París!