Por: Rosalío Morales Vargas
A veces persuasivas rumbeando hacia el consenso,
a veces como un trueno imprecando a la ignominia,
las revoltosas voces hicimos de nosotr@s.
Combatieron sin tregua la abyección
y la ruindad de rastracueros vanidosos,
de cocotas vacías, cabezas huecas
que elogios y plegarias elevan a la infamia
El tropel exaltado de palabras
llamaban a la acción y la coherencia
en la gresca feroz de los debates
y en las interminables asambleas
solamente vencidas por el tedio.
En los relampagueantes mítines,
al tomar siempre la palabra por asalto,
se anunciaba que un mundo diferente era posible
¿Recuerdan camaradas que nunca nos rendimos?
Quisimos engullir la lumbre a puños,
derribar las Columnas de Vandôme,
rechazamos la fatuidad oropelesca
y los intentos de cooptación desde el poder;
hemos sido una generación de iconoclastas
desdeñosos de cortesanías palaciegas,
no respiramos el incienso venenoso
de prodigar adulaciones zalameras.
Fuimos a huelgas de hambre enteleridos,
a marchas, manifestaciones de anhelos inconclusos,
pintamos las paredes aletergadas por la abulia,
escribimos panfletos incendiarios,
tiramos octavillas en el frenesí de los mimeógrafos,
nos educamos con los parias en barrios marginales,
repartimos volantes en fábricas de hastío
y llegado el momento
no eludimos estar
donde la papa quema.
Hagan memoria, acuérdense muy bien,
las compañeras daban el ejemplo en todo:
en conformar brigadas de entereza,
en impregnarnos de cataclísmicos afanes,
en atisbar las utopías más lejanas.
No, no es rendirle culto a la nostalgia,
ni acurrucarse en el regazo del pasado
a rumiar amarguras
por lo que no pudimos realizar,
porque la revolución no estuvo a la vuelta de la esquina.
Amontonándose la edad
y pareciendo hoy un tiempo agónico
hundido en el paraje huraño
del sopor embriagante de la incuria,
aún hay sendas que correr,
brújulas nuevas que accionar
a fin de guiarnos en el caos y el desconcierto.
Con los años encima,
lo único que deseo es,
que no se apague aquella voz rebelde.