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Pensamiento mínimo, ciudadanía mínima

Por: Víctor M. Quintana S.

Nunca como ahora pensar por sí mismo propio se ha convertido en una necesidad básica. Todo parece conspirar contra nuestra facultad de reflexionar, analizar las cosas con autonomía y emitir nuestra opinión con sinceridad y libertad.

El alud de la información que nos atropella a través de las redes sociales, los envíos y los reenvíos de nuestros seres queridos y los no tan queridos, nos impide analizar, reflexionar con calma, confrontar lo que recibimos, achata el filo del pensar crítico,. Entonces nos refugiamos en la cómoda actitud de simplemente darle “like” a lo que nos gusta, reenviar aquello que otras personas han enviado y que más o menos refleja lo que pensamos. Así se llegan a poner en escena un tipo de debates muy raros: quienes se alinean detrás de la persona que expresa la posición A contra quienes se alinean detrás de quien expresa la posición B. Como en la Ilíada, en lugar de que se enfrenten en masa los ejércitos de los griegos contra los troyanos, se ven las caras únicamente sus “campeones”: Héctor y Ulises.  Sin esa connotación épica, el debate en redes sociales parece luego reducirse a eso: unos pertrechados tras un campeón, otros, tras el otro, sin más intervención o discusión que los “coincido”, “concuerdo”  “difiero”, etc. Se dejan de lado grises, matices, se reenvían textos o videos o audios del pasado como si fueran actuales, se sacan las cosas del contexto, se editan, etc.

Dos son las víctimas de esta manera de proceder: la verdad y el pensamiento crítico propio. Aquella cede lugar a la posverdad, a lo verosímil, al texto sin el contexto. Parece que esta es la sociedad que se está conformando sobre nosotros.

Todo este laberinto del conocimiento y de la opinión  se va a empeorar con las campañas electorales de 2021. El maniqueísmo va a dominar los discursos de los partidos y candidatos contendientes, como incluso parece haberlo dominado en las precampañas internas partidarias.

Los slogan, los espectaculares, las caricaturizaciones del adversario, la ausencia de verdaderos debates son llamados al pensamiento mínimo. Al ciudadano, salvo de ciertas consultas amañadas, no se le pide opinar, participar. Se le demanda a a el apoyo total e incondicional a una opción expresado al cruzar un emblema o un nombre en la boleta de votación, como si se firmara un cheque en blanco al beneficiado por el sufragio. Esa es la democracia digital y no porque se vote a través de medios electrónicos, sino porque su máxima expresión es usar los dedos para tachar con un crayón.

Así, la renuncia voluntaria o involuntaria a pensar por uno mismo o la renuncia impuesta por los mecanismos de avasallamiento con datos,  por las redes sociales y por las formas excluyentes o medio incluyentes de hacer política van generando una ciudadanía mínima.

Pensamiento mínimo produce ciudadanía mínima. Es decir, un conjunto de ciudadanas y ciudadanos sometidos a tres imperativos autoritarios:

¡Trabaje y no proteste; consuma y no piense; vote y no cuestione”.

¿Lo aceptaremos sin chistar? ¿Tendremos capacidad de rebelarnos?

 

 

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