La opción de Europa por las escuelas abiertas

– Luego de una primera ola con los colegios cerrados, hubo consenso en casi todo el Viejo Continente en que era vital abrir las aulas; ahora, en plena segunda ola, la tendencia resiste a pesar de las críticas, aunque varios países adelantan las vacaciones navideñas

– Alumnos y profesora con barbijo durante una clase en un colegio secundario de Granada, AndalucíaAlumnos y profesora con barbijo durante una clase en un colegio secundario de Granada, Andalucía Crédito: Shutterstock

Madrid.- Mañana de otoño en Madrid. Enjambres de alumnos de primaria llegan a su colegio con mucho abrigo e infaltables mascarillas. Los padres y madres se saludan entre sí desde lejos y se despiden de los chicos fuera del establecimiento, aún con los más pequeños, que luego entran solos. Algunos llevan consigo una manta para desplegar en las aulas, por el frío, ya que en el mundo Covid-19 las ventanas abiertas se han vuelto la normativa.

Unos metros más allá, estudiantes secundarios se juntan para saludarse en las veredas antes de entrar, los más grandes apuran el cigarrillo y dejan caer sus pesadas mochilas al piso. Como prevención ante el contagio, los alumnos no pueden dejar sus cosas en los pupitres y deben cargarlas cada día en el caso de los colegios que no disponen de lockers. Así, el privilegio de disponer de un libro de texto por materia (en la escuela pública, el Estado provee los necesarios) puede convertirse en un gran desafío para las espaldas. Pero nadie protesta: es uno de los precios de poder asistir en forma presencial a clase todos los días.

España es hoy un país políticamente dividido entre derechas e izquierdas. Pareciera que lo importante es denostar, polarizar, pontificar y sacar provecho propio, por lo que no hay demasiados ejemplos de consenso nacional. Si a esto se le agrega la existencia de las comunidades autónomas que tienen su propia agenda y la encarnizada discusión por una nueva reforma educativa que podría ser aprobada muy pronto (sería la sexta en la democracia posfranquista), el consenso sobre la importancia de la educación presencial que reina hoy en la sociedad española llama la atención. Y es que casi nadie parece dudar sobre lo clave que resulta para la economía actual y para la educación de los españoles del futuro el hecho de asistir a clases diariamente.

Aunque, claro, esto no ha sido fácil. Tampoco para otros países de Europa que comparten esta misma voluntad de mantener las escuelas abiertas. De hecho, ante el crecimiento de los contagios, Alemania, Holanda y Suecia han decidido esta semana adelantar unos días el inicio de las vacaciones navideñas.

En España, a los alumnos mayores de la secundaria, los de bachillerato (dos años posteriores a la secundaria y previos a la universidad) y los universitarios, se les permite un nivel de presencialidad menor que el de los alumnos de primaria y de la secundaria inferior, como es tendencia en casi toda Europa. Los padres y familias de los más pequeños se han visto muchas veces expuestos a «confinamientos quirúrgicos» por contagios escolares, inclusive más de uno en pocos meses. Los comedores están cerrados por lo general, y muchas actividades extracurriculares como talleres, deportes y cursos están suspendidas, ya que se prioriza el contenido curricular troncal. Nada de jugar a la pelota ni al «pilla-pilla» (el juego de «la mancha») en los recreos armados por turnos, y la bendita mascarilla obligatoria está siempre presente, incluso en las clases de Educación Física.

Profesores contratados a último momento con las clases ya comenzadas, mamparas transparentes entre pupitres y cooperadoras de padres que hacen colectas para comprar e instalar filtros de aire con el fin de mejorar la ventilación de las aulas son otras de las novedades de este año raro. De todas formas, el primer trimestre ha transcurrido con cierta normalidad, mucha paciencia de los participantes, responsabilidad y algo de arrojo cotidiano por parte de alumnos y docentes.

Acuerdo amplio
Mientras, en otros países europeos, los detalles pueden variar pero la educación fue considerada esencial desde muy temprano en esta crisis, y, aunque no todo el mundo haya estado del todo conforme con las decisiones, el acuerdo sobre el mantenimiento del modo presencial de las clases ha sido muy amplio. Se han tomado todo tipo de precauciones para reducir el riesgo en las escuelas, pero se ha tenido en cuenta lo sucedido en los meses de encierro severo, con el objetivo de neutralizar los daños que la pandemia estaba provocando en el desarrollo académico, social y emocional de una generación entera de niños y jóvenes.

El primer jefe de Estado europeo en ser muy explícito al respecto quizá fue el presidente francés, Emmanuel Macron, quien, luego de un confinamiento total que incluía el cierre de colegios en la primera ola de la pandemia, expresó que no se podía renunciar al lugar «donde se aprende a ser libre», posición que sostuvo frente a la segunda ola de contagios. «Tenemos el deber de mantener abiertas nuestras escuelas, ya que el futuro de nuestra juventud y, por tanto, de nuestro país, está en juego», dijo. Resultado en noviembre: toque de queda, reconfinamiento y medidas durísimas de nuevo, pero esta vez con los colegios abiertos, por razones éticas, pero también económicas y epidemiólogicas.

En Alemania, la canciller Angela Merkel citó las «terribles consecuencias sociales» que había tenido el cierre de centros educativos en el encierro de marzo y abril pasado. Para enfatizarlo, dijo a modo de ejemplo que «conductas violentas hacia mujeres y niños se incrementaron dramáticamente» en ese período.

En Italia, algunas regiones complicadas en sus niveles de contagio tienen restricciones ahora para la primaria, aunque las escuelas infantiles se mantienen abiertas, en línea con la postura del primer ministro Giuseppe Conte, cuando aseguraba hace pocas semanas que «hay un valor de la didáctica presencial» donde «la relación interpersonal es fundamental». En Portugal -que a veces cumple en el Viejo Continente el rol que tiene Uruguay en América Latina: un país pequeño pero con decisiones más racionales y consensos más equilibrados que otros países más poderosos- el primer ministro Antonio Costa afirmó que el año lectivo se ha desarrollado «de manera impecable, con una gran organización escolar, un gran esfuerzo de los profesores, de la comunidad educativa y de los alumnos», y que «sería una falta de respeto» a todo eso que «la sociedad toda no se empeñase en continuar así».

Nuestra guerra mundial
Con el Brexit definitivo muy cerca y el plan de vacunación nacional ya en marcha, el Reino Unido enfrenta la segunda ola de coronavirus con un nuevo confinamiento. Las instituciones educativas siguen funcionando, a pesar de que muchas han tenido que cerrar, ya que ha habido cientos de casos de contagio en todo el país, sobre todo en escuelas secundarias. Pero no parece que haya intención oficial de volver a cerrar aulas. En una carta suya enviada a un periódico dominical en agosto, Boris Johnson decía que la apertura de los colegios era una prioridad nacional. «Mantener nuestras escuelas cerradas un momento más de lo necesario es socialmente intolerable, económicamente insostenible y moralmente indefendible», dijo. Resulta revelador que un político oportunista como el actual primer ministro británico haya interpretado que era momento de hacer de esto una bandera, como muchos de sus colegas europeos. Mientras tanto, un alumno secundario de Birmingham manifiesta en un video de la BBC que el Covid-19 es «nuestra propia guerra mundial», por la gravedad de los problemas a enfrentar.

Los expertos tienen ahora pruebas acumuladas y saben que con las medidas precautorias apropiadas el ratio de transmisión de coronavirus en las escuelas es relativamente bajo, sobre todo entre los más pequeños, y los que se contagian tienen síntomas suaves. En un estudio difundido en agosto por The European Center for Disease Prevention and Control se informa que del total de casos de coronavirus reportados en los 27 países de la Unión Europea, menos del 5% corresponden a niños y niñas. «Es improbable que el cierre de colegios provea una protección significativa adicional a la salud infantil», concluye el informe.

Sin embargo, eso no significa que las escuelas abiertas estén libres de riesgos: los estudiantes y los trabajadores de la educación están en peligro de contagio y de dispersión del virus, en particular con familiares en riesgo por su edad o por sistemas de inmunidad limitados. Entonces, como no hay soluciones perfectas, todos parecen haber comprendido que se trata de balancear riesgos y seguir estrictamente los protocolos establecidos para poder mantener esta política.

En el país, Argetina, otra realidad
La pandemia no ha hecho más que revitalizar los debates preexistentes sobre el lugar de la educación en la sociedad. Según la Unesco, el virus ha supuesto la mayor interrupción escolar de la historia: 1600 millones de estudiantes en más de 190 países (94 % de la población mundial de estudiantes). Hoy en Europa las clases presenciales tienen en alumnos, padres, docentes y trabajadores de la educación en general a verdaderos héroes anónimos. En América Latina también podría estar ese componente heroico, y de hecho eso se observa en docentes que trabajan en condiciones pauperizadas o en alumnos que hacen kilómetros a pie para llegar a una escuela rural en zonas recónditas.

En la Argentina, el Consejo Federal de Educación acordó el 8 de octubre, después de 200 días de suspensión generalizada de clases, que cada jurisdicción pudiera autorizar la vuelta a las aulas luego de evaluar el riesgo en cada ciudad o localidad.

En la provincia de Buenos Aires, donde el ciclo lectivo 2020 está terminando, se permitió la actividad académica en solo 25 de sus 135 distritos, aquellos en donde el «semáforo epidemiológico» es bajo. En los demás solo hubo actividades recreativas. según fuentes de la Dirección General de Cultura y Educación.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/