2020

Por: Rosalío Morales Vargas

A punto de marcharse un año
que amaneció con lúgubres augurios.
Las bandadas de pájaros infaustos
advertían desazón y pesadumbre;
nubarrones impíos se cirnieron en la tierra
y una helada cellisca
avistó el horizonte desolado;
tósigos virulentos desnudaron
lo quebradizo y frágil de la vida.

Se aposentó el temor y el sobresalto
en el embarcadero de la angustia
impeliendo a fletar un buque hacia el naufragio.
El precario y sombrío panorama
todo impregnó de incertidumbre
y el encierro forzoso
aleve trituró
a otrora vigorosas y recias voluntades
en el cadalso del abatimiento.

Viejos estragos fueron potenciados:
el inefable imperio egoísta y sanguinario,
el flagelo del hambre,
el cruel ensañamiento de feminicidas furias,
las acechantes tropelías de criminales,
las relaciones de explotación y odio entretejidas
en las urdimbres toscas del exceso,
el mefítico vaho
de los resabios vengativos del pasado permanecen.

Y sin embargo no se derrumbaron
las luchas y ternura de los pueblos
que encaran decididos
al pérfido tifón de inequidades
pintando geografías de resistencia,
para que alientos renovados,
surgidos del dolor y el duelo
impidan que se instale el pesimismo
y al socaire se bruña el color de la esperanza.