COVID-19: Entre la tristeza y la esperanza

Por: Profr. Manuel Arias Delgado

Tengo dificultades para iniciar este texto. No alcanzo a visualizar esta difícil realidad

Aprendí de niño que tener miedo es benéfico para mí salud, que es protección anticipada. Así, la sombra deforme puede ser un peligro y habrá que alejarse rápidamente; la luz fulgurante del rayo debe ser aviso para buscar un techo. Pero sombra y luz son perceptibles. Y el virus sars-cov-2 no lo es, no ves sus rastros, sus rutas, sus acechos. Hay que estar protegido permanentemente, alerta. No se sabe quién lo porta, en qué superficie está, en qué ambiente flota.

Mi hija fue sorprendida por el virus; el bicho llegó a su organismo y lo supo después. Lo demás fue una pesadilla; primero sucedió el contagio familiar y después la crisis que afortunadamente fue superada aunque haya dejado secuelas pero no la muerte.

Vino después la pesadilla colectiva que va incrementándose. Muchos amigos contagiados; otros, por desgracia han muerto y no los hemos podido despedir, tampoco consolar a sus familiares.

Fueron primero los lejanos, los desconocidos, los anónimos; siguieron los amigos, los entrañables amigos, luego los vecinos y ahora los familiares.

Me puede la ausencia de mi compadre Granados, la muerte de mi amigo-hermano Héctor Villagrán, de mi vecino Horacio, de mi compañero laboral Miguel Luna, de mi hermano de internado Saúl Moreno. Los hemos tenido que llorar en ausencia, de lejos. A solas ellos que se van y a solas nosotros que nos quedamos, con el miedo a cuestas, no tanto a morir sino a dejarles la pena a nuestros hijos de que pudieran vernos en la larga fila de los solitarios muertos.

El contagio temprano de mi hija y de mi nieto, ambos trabajadores de la salud, los armó de inmunidad, circunstancia que les ha permitido seguir en la primera línea de la batalla contra esta pandemia; En la misma línea está mi hijo Dany aunque son inmunidad. Me preocupa y a la vez me siento orgulloso de ellos al verlos con sus caras marcadas por el uso prolongado de las caretas de protección y casi deshidratados por las largas horas dentro de esas burbujas de plástico. Su cansancio y dedicación se traduce en esperanza y vida para los enfermos que atienden.

Sin embargo, hemos aprendido muchas cosas. Que somos muy vulnerables individualmente y muy fuertes en colectivo. Que la ciencia es nuestra principal asidera y que el egoísmo y la soberbia son obstáculos para la cohesión social. Las tragedias sacan lo mejor de las personas, nos recuerdan que hay que poner los pies sobre la tierra, nos obligan a priorizar tareas, a limar futiles asperezas y a generar reencuentros y rescatar amistades idas.

La resiliencia es nuestra esperanza. Vamos a salir de esta difícil circunstancia. Todos daremos lo que nos corresponde. Nos protegeremos y protegeremos a los demás; pronto, los científicos nos proporcionarán medicamentos y vacunas, y la recuperación social en todos los ámbitos, se dará con el esfuerzo colectivo. Esa será la mejor forma de honrar a nuestros muertos y de acompañar a nuestros sobrevivientes.