2 de noviembre: vida y muerte

Por: Rosalío Morales Vargas

La muerte espera siempre
a que el tiempo estrujado se deshoje.
¿En dónde quedaremos?
¿Tras un ciprés, un roble o una encina?
¿O seremos ceniza esparcida por el viento?
Inútil intentar saberlo,
ni siquiera durante la palpitación
de las horas postreras del ocaso.

La muerte espera siempre,
deambula por las vías esquivas
de la angustia, la desazón, la incertidumbre,
por los sombríos caminos del desasosiego
y viaja rauda
a instalarse en el muelle
de donde los navíos parten
hacia un ignoto mar desconocido.

La muerte espera siempre
a que la rueda de la vida mute
y en crisis sucesivas
construya otro tiempo,
donde no haya cabida a las congojas
y aceptemos sin remilgos y ansiedades
que habremos de arribar a nuevo puerto,
buscando otros latidos y significaciones.

La muerte espera siempre
y vida buena implica buena muerte;
la existencia carece de sentido
si no hay disposición a entregarse a nobles causas,
si la banalidad nos zarandea
y la codicia impone su vestuario.
En cualesquier recodo del sendero:
la muerte espera siempre.