Por: Rogelio Javier Alonso Ruiz
Desde hace más de tres décadas que nació, la serie animada Los Simpson ha sido una sátira de la sociedad no sólo estadounidense, sino mundial. Springfield, lugar donde vive la familia que da nombre al programa, ha sido escenario de innumerables aventuras que motivan a reflexionar sobre temas como la educación, entre muchos otros más como política, religión y medio ambiente. Uno de los sitios centrales de la serie es la escuela primaria. En ella, se desarrollan historias que, con el característico humor irreverente –y hasta negro– de la serie, motivan a cuestionar los paradigmas educativos actuales. La crítica que la serie fundada por Matt Groening hace hacia la educación, invita a reírnos de los defectos más sensibles de la escuela, pero, sobre todo, a repensarla en aras de construir un lugar más efectivo y justo para aprender.
La función de la escuela como catalizadora de la movilidad social es cuestionada en la serie. Si bien se dice que la educación debe ser el antídoto más potente para las desigualdades, en muchas ocasiones sucede exactamente lo contrario: termina por encadenar el destino de las personas a su origen. Así pasa cuando el magnate de Springfield, Montgomery Burns al inaugurar su propia universidad, devela una placa con el lema “Ut uberiores divities”, expresión latina que significa “los ricos se hacen más ricos”, no obstante que a la institución asistían adultos en situaciones desventajosas: madres solteras, choferes de autobuses, empleados de restaurantes de comida rápida, etc. Como sucede en la realidad, la negación de movilidad social va más allá del muy descarado lema institucional: a los alumnos se les ofrece educación en las peores condiciones, con maestros improvisados en un edificio totalmente inadecuado que es compartido con un taller mecánico. Un retrato perfecto de lo que, desgraciadamente, suele ocurrir en algunos sistemas educativos: dar la peor educación a quienes más desfavorecidos.
Los fines de la educación escolarizada también son cuestionados en las aventuras de los habitantes de Springfield. En una ocasión, la maestra Hoovert, al percatarse que el profesor que la sustituyó por algunas semanas no había tocado siquiera el programa de estudio, sorprendida preguntó a sus alumnos “¿qué fue lo que les enseñó?”, a lo que su exigente estudiante, Lisa Simpson, respondió contundente: “¡Que vale la pena vivir!”. Efectivamente, el profesor Bergstrom, había practicado una enseñanza ajena a los esquemas y fines tradicionales, que se advertía ya desde el acomodo de los pupitres y se confirmaba con el desarrollo de actividades para favorecer el gusto por la lectura o encontrar y creer en las cualidades personales, entre otras más. ¿Cuántas cosas, como éstas, son excluidas de los programas de estudio?
Las aventuras de maestros y alumnos de Springfield también llevan a reflexionar en qué radica el éxito de una escuela. Cuando se aproximaba la aplicación de una prueba federal a los estudiantes de la primaria de Springfield, el superintendente Chalmers les advierte enérgicamente: “pasaremos cada momento de las siguientes dos semanas introduciendo las respuestas en sus cerebros reblandecidos”; así comienza una odisea de métodos por demás mecánicos y extravagantes para memorizar posibles respuestas de la prueba ¿Le suena familiar esto a muchas de las escuelas que se vanaglorian por sus altos puntajes en pruebas estandarizadas? Cuando llegó el día del examen, los estudiantes de menor aprovechamiento, entre ellos Bart Simpson, son engañados y conducidos lejos de la escuela para que se ausenten durante la aplicación del examen. El director Skinner fue claro al respecto: los esconderían “para que su estupidez no arrastre las calificaciones de los niños que son nuestro futuro”. ¿Cuántas escuelas, obstinadas por un éxito educativo que se mide en números, invisibilizan a sus alumnos más necesitados con tal de brindar una apariencia de éxito? ¿Cuántas escuelas toman como sinónimo de éxito escolar el adiestrar a los niños para un examen y sacar así las mejores calificaciones?
Las condiciones de vida del magisterio no pasan inadvertidas en la exitosa serie, sobre todo en el plano económico. No es casualidad que la maestra Edna Krabappel viva en un diminuto departamento notoriamente austero, ni que Seymour Skinner, quien se enorgullece de ser “un exitoso director que pinta casas durante el verano”, lo haga en casa de su madre. Cuando Smithers asiste al Señor Burns para la conformación de la planta docente de su recién creada universidad no oculta su percepción del magisterio: “una fuerza de trabajo barata y sin seguro médico”. Incluso Lisa, al ofrecerle una serie de películas a Homero para inspirarlo en su recién adquirido trabajo de profesor, le advierte que éstas son interpretadas “por estrellas a quienes les pagaron más de lo que un maestro gana en un millón de días”. ¿Qué tan cercanas son las condiciones de vida del magisterio de Springfield con las del mundo real?
El papel de las autoridades escolares es severamente criticado. En cierto episodio, el director Skinner, cuando se disponía a salvar a uno de sus alumnos de una situación de riesgo, se envalentona al señalar firmemente: “voy a hacer lo que nunca hice como director: algo”, mientras en otra ocasión, un maestro que está siendo despedido de la escuela menciona que ésta es “dirigida por burócratas incompetentes que se aprueban en un examen”. Si bien los juicios emitidos parecieran extremos, no dejan de tener cierta razón: no es raro que mientras mayor sea la jerarquía, menor sea el impacto en la realidad de las escuelas y, por tanto, se perciba a quienes ocupan esos puestos como inoperantes; no es extraño tampoco que estos cargos se desvirtúen y terminen pareciéndose más a los de un burócrata de oficina que a los de un líder escolar.
Además de los mencionados, muchos otros temas educativos son abordados en la serie que cuenta con una escuela muy parecida a la del mundo real. En lo referente a los docentes, el programa invita continuamente a reflexionar sobre la injusta retribución que reciben por su labor, así como a pensar en la errónea y desvalorizada concepción que se tiene sobre esta profesión que, en más de un capítulo, se intenta ejercer por improvisados que fracasan en el intento. La filosa crítica del programa pone de manifiesto, entre muchas otras conclusiones, el agotamiento de una escuela tradicional, descuidada materialmente y preocupada excesivamente por devorar programas de estudio, remitiendo a repensar los fines educativos y la idea de éxito escolar. Una escuela arcaica, aburrida, que cuando examinaba a Bart Simpson a través de una prueba de opción múltiple, obtuvo por respuesta, mediante una constelación de ovalitos perfectamente rellenados: “sorbe mis mocos”.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85