La economía campesina de las zonas temporaleras de Chihuahua –no hablamos de la producción indígena de subsistencia en la Sierra– ha mostrado una gran capacidad de adaptación a los rigores climáticos y de políticas públicas durante los pasados 40 años. En este lapso las unidades campesinas han cambiado sustancialmente su perfil productivo. Hasta la llegada del neoliberalismo le apostaban mayoritariamente a dos cultivos tradicionales: maíz y frijol y, en menor medida, a la avena.
Pero luego se impusieron las políticas neoliberales: supresión de los precios de garantía de los cultivos básicos, de créditos y seguro agrícola, cierre de la Conasupo como sistema de compras garantizadas, etcétera. La puesta en marcha del TLCAN, en 1994, sacó de la competitividad a la mayoría de los productos agropecuarios de esta región. Para redondear la crisis de larga duración, los ciclos de sequía se empezaron a hacer más frecuentes desde mediados de la década de los 90.
Ante ello, las familias campesinas del oeste, noroeste y sur del estado han operado transformaciones importantes en sus estrategias de producción y de sobrevivencia: para disminuir el doble riesgo de las lluvias erráticas y de los bajos precios del maíz y del frijol se han orientado al cultivo de la avena, mucha más seguro, para destinarla al forraje para su ganado. Así y con un programa gubernamental denominado Ganado Mejor se ha mejorado e incrementado notablemente el hato ganadero en Chihuahua, lo que ha contribuido a laganaderización
de la producción campesina en las zonas que no son de riego. Esto se ha facilitado por la migración de mucha gente del campo a Estados Unidos (EU) que ha disminuido la presión sobre la tierra e incrementado la superficie a la que se puede acceder para siembra o pastoreo.
En una combinación de estrategias para disminuir los riesgos, ahora las familias campesinas chihuahuenses combinan la siembra de avena, sorgo o maíz forrajero con la cría de becerros para la exportación, complementan esa actividad productiva con las remesas que reciben de sus parientes en EU, que además los capitalizan para ampliar sus hatos, o con el trabajo en las plantas maquiladoras que se han extendido mucho en diversas poblaciones del estado.
Ahora, con la sequía que afecta a Chihuahua y que es parte de una megasequía
que los científicos pronostican será de larga duración, la economía de las familias campesinas temporaleras está en peligro. Se están agotando los pastizales y se ha derrumbado la producción de forrajes. El riesgo es que, por falta de alimentación, perezca la mitad del hato ganadero –el cual asciende a 2 millones 563 mil 930 cabezas– o se tenga que malbaratar a los grandes ganaderos que tienen reservas de pastos y alimentos. Si esto sucede, la ganadería en el estado en pequeño se derrumbará.
El proceso de deterioro se tornará más severo por el hecho de que el poco forraje que se produzca en la entidad pueda ser acaparado por grandes empresas productoras de leche y engordadoras de otras partes, sobre todo de La Laguna y de Sonora. Entonces el problema no será tanto el encarecimiento del forraje para la pequeña ganadería, sino su falta de existencias. No hay forraje más caro que el que no existe.
En todo caso la contingencia climática perjudica primero a los pequeños ganaderos, porque no pueden acceder a forrajes y porque tendrán que vender su ganado a bajo precio, y favorece a grandes acaparadores de ganado para exportación, a las empresas lecheras y engordadoras. Es una especie de darwinismo climático donde sólo sobreviven no los más fuertes, sino los más ricos.
Las consecuencias serán la depauperación de una amplia zona del estado, más migración e inestabilidad económica y social en una zona con una considerable presencia del crimen organizado.
Por todo ello, los ganaderos en pequeño han lanzado un llamado a las autoridades federales y estatales. Requieren en primer lugar un programa emergente de suministro de forrajes mediante créditos blandos o subsidios para poder alimentar a sus trasijados hatos. También demandan la creación de centros de acopio en que se pueda reunir el ganado en riesgo de perderse para alimentarlo mediante forrajes comprados o producidos en hidroponia.
Lo que está en juego no sólo es la vida de miles de bovinos, sino la preservación de una forma de vida social de una economía y cultura que hasta ahora ha sabido sobrevivir al darwinismo del clima y de las políticas públicas.