Por: Rosalío Morales Vargas
En la palpitación de los años transcurridos
se escucha el crepitar de una hoguera incandescente;
la ígnea resistencia de los años,
insumisos, rebeldes , obstinados,
acompaña los gritos insurrectos
sobre la desolada tierra
repleta de murmullos.
La empecinada trashumancia fugitiva
con su latido adusto y cadencioso,
melló el punzante filo
del pedernal agudo de obsidiana
que entumeció los pechos asaeteados
y cobijó con manto impune
el cinismo soez aparecido
bajo la pertinaz llovizna de septiembre.
Murallas de silencio en el páramo salobre
donde se amotinaron dolor y sufrimiento
se escalaron con férrea persistencia
y tristeza infinita en los semblantes
en la porfiada búsqueda
que aviva con su fuego la memoria.
No amainarán los cierzos impetuosos,
los vendavales no cesarán ante el hastío,
la bruma enmohecida de ceniza
no cubrirá el espíritu irredento
con su pendón de abulia claudicante.
Las sombras no desgarran la utopía
que se edifica sobre andamios de decoro;
las voces y los ecos que el viento ha agigantado
reproducen vehementes anhelos de justicia.
Nada habrá de impedir que cicatrice
la cruel herida abierta en el alma por la ausencia,
al hallar la verdad
entre pozos inmundos de sevicia.