Por: Rosalío Morales Vargas
El cristalino aire serrano de principios del otoño se amalgamó con los ideales puros de un grupo de jóvenes libertarios. De pronto, la atmósfera transparente se impregnó de pólvora y el estrépito de las detonaciones despertó al vecindario de Madera en la Sierra de Chihuahua. Era el jueves 23 de Septiembre de 1965. Un contingente conformado por campesinos, maestros rurales y estudiantes atacó el cuartel militar acantonado en las afueras de la población para hacer visibles exigencias inaplazables que cuestionaban a fondo al régimen existente y proponían transformaciones radicales de la sociedad. El asalto a las instalaciones castrenses intentaba convencer a segmentos considerables de los oprimidos que a través de las armas se desbrozaría el camino de la liberación.
No era un núcleo de activistas en el extravío ideológico ni abatidos por el pesimismo, tampoco víctimas de un fundamentalismo ciego por las acciones armadas, sino dirigentes sociales con un largo caminar en las luchas populares de Chihuahua que optaron por esa modalidad de combate después de una profunda reflexión y cuestionamiento de las prácticas anteriores que la izquierda utilizaba en las lides reivindicativas, concluyendo que el uso de las armas, en ese momento y en esa región era un instrumento imprescindible en la tarea transformadora. No anidaba en los cerebros insurgentes otra idea que la libertad y la igualdad, ni latía en sus corazones otro sentimiento que la justicia social y la democracia desde la perspectiva del pueblo explotado.
La situación se había tornado inaguantable, el proceso de concentración de la tierra se agudizó, el sector privado acaparó los mejores suelos para la agricultura, ganadería y silvicultura, crecía el despotismo gubernamental y los caciques prohijaron la creación de guardias blancas a su servicio; siendo en ese ambiente social cargado de explosividad donde se incubó el grupo dirigente de la primera guerrilla con orientación socialista en el país. Sabido es, que no bastan las adversas condiciones materiales para que los cambios se produzcan; ahí se encuentran sólo posibilidades, pero es en el proceso de organización y lucha donde se construye la identidad y la conciencia; la agitación de los ánimos sociales y los fermentos revolucionarios son catalizados sólo si existen sujetos sociales colectivos e instrumentos de pelea.
Los combatientes de Madera configuraron su praxis revolucionaria, nutriéndose de las luchas sociales de Chihuahua durante la primera mitad de la década de los años 60; en las invasiones de latifundios, caravanas agrarias, ocupación de oficinas gubernamentales, toma de radiodifusoras, movilizaciones magisteriales y estudiantiles. Fue de esa manera y a través del estudio y sistematización de las confrontaciones sociales de su tiempo, como la dirigencia del movimiento de masas fue trascendiendo las formas convencionales y relativamente pacíficas de protesta y resistencia, para dar paso a las primeras escaramuzas armadas: desarme de policías, ajusticiamiento de caciques, ruptura de cercos militares, sabotajes a vías de comunicación.
Hicieron observancia en todo tiempo de los postulados de la “guerra justa”, tanto en lo referido a la justicia de la guerra- sus causas- como a la justicia en la guerra – la conducta -. Utilizaron la violencia como última opción, la declararon en nombre de un movimiento social que aportaba valores y proyecto ético (igualdad, justicia, democracia, libertad) y a la vez fue librada, hasta donde se podía bajo procedimientos morales, sin humillar, torturar, infamar a los contendientes. Es importante destacar en este proceso la participación de las mujeres en la lucha, como organizadoras y propagandistas; fueron colaboradoras de primer orden las madres y hermanas, las hijas y conocidas, las humildes campesinas y las comprometidas normalistas de Saucillo.
El resultado del ataque al cuartel fue devastador para las filas insurrectas, sus líderes principales murieron en la acción y el grupo se dispersó y fracturó, pero la derrota militar no invalida la motivación por la que fue realizada, los errores de cálculo como la sobreestimación de las fuerzas propias y la subestimación del enemigo no debe conducir a desestimar su iniciativa generosa . La fortaleza de la guerrilla no reside en sus resultados inmediatos, sino en su potencial concitador de espíritu rebelde; no en sus grandes acciones de desgaste, sino en su voluntad de ir hasta las últimas consecuencias; no en la fulgurancia operativa, sino en el aprendizaje fecundo. La rebelión, aun derrotada, contiene en su seno gérmenes de victorias futuras.
Los aportes de Madera 65 a las luchas del México contemporáneo son enormes: detonó el primer intento de ruptura revolucionaria, armas en mano y horizonte socialista, rompió con el gradualismo reformista, dio continuidad a la actitud revolucionaria de pararse en el mundo con dignidad, construyó una voluntad vigorosa como motor del proceso emancipador, inspiró a nuevas camadas de combatientes, pugnó por crear una nueva conciencia libre de relaciones despóticas y burocráticas, impulsó una estrategia diferente, abordó las tareas pertinentes para la liberación de México y contribuyó a poner los cimientos de una ética incorruptible (no mentir, no manipular, no acomodarse).
Para mantener vigente el sueño revolucionario, los integrantes del Grupo Popular Guerrillero realizaron la elección consciente de la vía armada con apoyo popular, rechazando el conformismo social que inhibe la conciencia y paraliza el albedrio, por eso, al evocar a Arturo Gámiz, Pablo Gómez, Miguel Quiñonez, Emilio Gámiz, Salomón Gaytán, Oscar Sandoval, Rafael Martínez y José Antonio Scobell en las cinco décadas y un lustro de la gesta heroica del 23 de septiembre de 1965, se refrenda lo más sublime de las utopías y en lo más alto de las aspiraciones y anhelos emancipatorios del pueblo mexicano tremola la bandera libertaria de los combatientes de Madera.