Por: Rosalío Morales Vargas
Soplaba el vaho frío de la muerte
en la emboscada al filo del ocaso,
los francotiradores en penumbra
mostraban sus rencores sin embozo;
eran sicarios dóciles, cobardes
al servicio del amo de Los Pinos,
grupo de choque ruin y atrabiliario,
lumpenizada banda del gobierno
que en taimadez felona y obsesiva
se aprestó a liquidar a los renuevos
del ardiente e intrépido alborozo.
En la ingrávida tarde mortecina,
se filtran entre nubes cenicientas
los rayos azafrán del sol de junio
y reaparece en desnudez macabra
la saña entre torrentes de aversiones;
las aberrantes, sórdidas tinieblas
se avalanzan pletóricas de odio,
a quebrar con garrotes de vileza
la marcha fraternal y solidaria.
Las crueles hienas continuan impunes
al alimón de hirsutas connivencias
y de complicidades cortesanas.
Seguimos espoleando a la memoria,
no vamos a olvidar ni a perdonar
al encono febril y a la barbarie,
al feroz atropello del baldón;
pues desde el fértil huerto redimido
regresarán los puños libertarios
a germinar simientes de utopías.