Mamá de Dios

Por: Maestra Claudia Rocío Carlos Ibarra

De todas las criaturas de este mundo eres tú quien ha sabido comprender y utilizar los sentimiento más sublimes, aún más que el amor, la devoción de tu cuidado, más que el cuidado, la dedicación de una vida; el sacrificio y abnegación que a otros parece, para ti es solo dar, solo amar, es tu ser mismo, emanando lo mejor de un alma sabia, filtrando lo que no es bueno, dejándonos sobrellevar con honor y dignidad los difíciles designios de esta vida terrenal.

Mamá, con m de mujer que ama, de ahí tu nombre glorioso y necesario, imprescindible para trascender en el plan divino de los hombres de voluntad en la tierra.

Madre, que incluye dolor, que soporta dolor, que transforma dolor, que asimila dolor, que aprende del dolor, que agradece el dolor, que vive y muere y renace mil veces del dolor.

Persona imperfecta, hecha de errores, hecha a mano, forjada al fuego, nutrida de lágrimas, moldeada a besos.

Ave y mariposa, Ave María y madre de ilusiones, consoladora de penas, superadora de fracasos, de caderas anchas y brazos largos; tus brazos, tan cálidos como fuertes, recios para formar, suaves para acunar.

Madre con intención o sin ella, madre de alma atada con cordón ombilical al infinito.

Madre tejida con hilo de oro, manos de diamante, cuerpo de hierro, mujer perfecta ante los ojos de Dios puestos en cada uno de tus hijos.

Mujer antigua, mujer moderna, atemporal señora de imagen melancólica, de cabello trenzado sobre tus sueños guardados para después, mujer de ojeras maquilladas, de sonrisas remarcadas con labial rosado, de brillo concebido en la mirada. Mujer de espíritu descalzo y conciencia desnuda hacia el portal del cielo.

Mujer de espera y esperanza eterna, madre de alivio, de ánimo, de tú siempre puedes, mamá de todos los hijos del mundo, porque lo que el vientre puede dejar pasar, el corazón lo atesora enteramente.

Madre de parir, de dejarse abrir a la vida, de partirse y darse hasta casi agotar su ser, casi infinito, casi fácil de amar, casi sí y casi no, nunca solo sí, ni sólo no.

Madre del perdón en el perdón, cadenas de perdón a eslabones de azufaifo, ruegos, oraciones, amargo llanto y dulces esperanzas.
Madre así tú y así yo.

Así sin tiempo ni lugar, así mamá sin duda de amor, sin miedo del dolor, sin dejar, sin soltar, sin abandonar, sin nunca terminar.

Así mamá hija de mamá y mamá de hija, hermana de mamá, amiga de mamá, mams de mamá, mamá de hierva, mamá de león, mamá de arroyo que no pierde la memoria, mamá de montaña que viene a Mahoma, de sed y de vino, de frío y fogón, mamá del viento, de la luna y del sol.

Mamá de siempre, madre de luz brillante, que puedes volverte noche obscura ante el brillo de tus tiernas estrellas, también de las tristes y fugaces, madre de agua que nunca dejará morir de sed ni a la hierva, ni a la flor, mamá de roble y diente de león, de perfume de lavanda, de guayaba, de ajo y de limón.

Mamá que ama donde nadie ama, mamá en la que la esperanza muere solo para renacer eterna llevando flores a una tumba, mamá que conoce y reconoce y siente orgullo verdadero, mamá de todos los que son y de los que Dios nos mande, mamá de gracias, de gracia en el Señor, de verdad y compasión, mamá de perdón, mamá… perdona, mamá de amor, mamá te amo, mamá de Dios.