Fátima

Por: Rosalío Morales Vargas

Era una pequeñita de siete años.
Como todos los días fue a la escuela
pero a su casa ya no regresó.
El ardid, la mentira y el engaño
mutilaron de tajo
sus alegrías infantiles.

El viento de mediados de febrero
absorto y compungido encara al salvajismo,
lanza un clamor atribulado
que se hace eco entre las brumas de silencio.

Perdemos todos en la escalada del horror,
la atmósfera malsana se convierte
en tornados de miedo e impotencia.
Mientras los criminales anden sueltos
las sórdidas tinieblas se engalanan
con atavíos de impunidad
y la penumbra permanece.

¿Cuántas Fátimas más se necesitan
para impedir los crímenes de odio,
los arrebatos del abuso y la violencia
generados en un ambiente deletéreo
por pulsiones de lucro y de venganza?

Llanuras de orfandad y sufrimiento,
en los velos de indiferencia deleznable
ante el infanticidio y misoginia,
no impide que entre las cortinas de mutismo
los gritos iracundos se abran paso
demandando justicia sin reposo.

El viento de febrero ulula triste.
Era una pequeñita de siete años.