Por: Rosalío Morales Vargas
Se despedía el otoño. El viento de diciembre
agitaba las ramas entumidas
de huizaches, olivos y laureles.
La tarde gris con pesadumbre
anunciaba en sollozos la tragedia
al borde de la plaza desolada.
Una vorágine de odio apareció de pronto
en el revuelo de hojas ocres macilentas.
Se deslizaron a hurtadillas sombras criminales
pletóricas de ira, buscando enmudecer
la voz denunciadora de impunidades arrogantes;
los atavíos de crueldad mostraron su crudeza.
Un ambiente pesado de aflicción
se esparció frente a la casona de cantera,
abruptas se cerraron las puertas del palacio,
dejando a la mujer desamparada,
en manos del sadismo y la perfidia,
a merced del festín de los canallas.
Recordó Marisela en el postrer aliento
su prolongada lucha en busca de justicia,
las huelgas de hambre, marchas y plantones,
el acompañamiento solidario,
el soporte moral inclaudicable
de otras madres buscadoras afligidas.
La felonía alevosa le apostaba
a los oídos sordos y a la vista gorda,
a la neblina del silencio y el olvido,
a la urdimbre herrumbosa de complicidades,
al cortinaje sórdido de la amnesia interesada,
al abyecto fantasma de la abulia.
Pero los sueños no se han quebrado,
sigue viva la llama por quitar el fango,
por limpiar la viscosa costra endurecida
de una sociedad enferma y angustiada
por plagas de violencia en desenfreno,
cautiva en los establos del agravio.
Tres lustros han pasado de zarpazos ominosos,
de negligencias encubiertas e insufribles,
de atmósferas de miedo envenenadas,
de heridas sin cerrar,
mas prosigue un tesón convertido en estandarte,
un hálito vivificante de esperanza.
Quisieron silenciar una voz y se hizo resonancia,
se convirtió en un trueno acusatorio,
quisieron apagar una luz en el páramo sombrío
y hoy se enciende como hoguera incandescente,
quisieron taponar las utopías
y hoy son un venero de decoro.
A quince años de una infamia
¡ Marisela Escobedo Ortiz, vive, vive, vive!



