Por: Patricio Rodríguez Palma
En Chihuahua, la educación indígena sigue siendo un área subordinada dentro de la Dirección de Atención a la Diversidad y Acciones Transversales, ubicada además en los Servicios Educativos del Estado de Chihuahua (SEECH). En los últimos meses se ha hablado de la posibilidad de que la educación indígena transite a ser un departamento propio, con dirección y presupuesto autónomos.
La propuesta (presentada recientemente) en apariencia, representa un avance necesario. Sin embargo, desde la experiencia cotidiana en las comunidades, es inevitable señalar que el problema de la educación indígena no se resuelve únicamente con cambios administrativos.
En las escuelas indígenas del estado persiste una carencia que se ha normalizado durante años: la falta de maestras y maestros que hablen la lengua de los pueblos originarios. En muchas aulas de la Sierra Tarahumara y de otras regiones, se enseña a niñas y niños rarámuri, ódami, pima o guarijó en una lengua que no siempre es la suya. La lengua materna queda relegada, cuando no invisibilizada, a actividades aisladas que poco tienen que ver con la vida comunitaria.
A esta realidad se suma otra, igualmente preocupante: la ausencia de directivos con formación y pertenencia indígena. Las decisiones que afectan a las escuelas y a las comunidades suelen tomarse lejos de ellas, por personas que no conocen la organización comunal, la historia de resistencia ni las formas propias de aprender y enseñar. No se trata de una falta de títulos o de capacidad técnica, sino de una distancia cultural que se traduce en políticas poco pertinentes y en una mirada ajena a la realidad indígena.
El desinterés por la cultura indígena no siempre se expresa de manera abierta. A veces se manifiesta en la falta de acompañamiento pedagógico, en la escasez de materiales contextualizados, en la imposición de calendarios, evaluaciones y contenidos que no dialogan con la vida comunitaria. Otras veces aparece en la manera en que se minimiza la importancia de la lengua, como si su preservación fuera un asunto secundario frente a los llamados “contenidos básicos”.
Por ello, no basta con convertir la educación indígena en un departamento autónomo, si al interior de la propia estructura educativa continúan reproduciéndose el racismo, el clasismo y la discriminación. Racismo cuando se considera que la lengua indígena limita el aprendizaje. Clasismo cuando se espera que las comunidades se adapten al modelo escolar dominante. Discriminación cuando se cierran, de manera sistemática, los espacios de decisión a las personas indígenas.
La educación indígena en Chihuahua requiere algo más profundo que un ajuste en el organigrama. Necesita docentes hablantes de la lengua, directivos con conocimiento y pertenencia cultural, y una voluntad institucional real para reconocer a los pueblos indígenas como sujetos de derecho, no como destinatarios pasivos de programas diseñados desde fuera.
Otorgar autonomía administrativa y presupuesto propio puede ser un primer paso. Pero si no se atienden las prácticas de exclusión que persisten dentro del sistema educativo, el riesgo es repetir la historia: cambiar la forma sin transformar el fondo. Y mientras eso ocurra, la educación indígena seguirá siendo una promesa incumplida para las comunidades del estado grande.
Enseñar para aprender en lengua materna es fundamental porque es la base del pensamiento y la identidad
Tónachi Guachochi Chih a 14 de Diciembre del 2025



