Por: Dr. Héctor Alejandro Navarro Barrón
Consultor en Educación en Estado de Derecho y Cultura de la Legalidad
Hay un número que debería estar en la portada de todos los diarios del país, grabado en la mente de cada padre de familia y en el escritorio de cada funcionario de la SEP. El número es 9.02 sobre un máximo de 20. Esa es la calificación nacional, el lamentable promedio que nuestros propios hijos, los estudiantes de tercero de secundaria, obtuvieron en el campo de saberes científicos y matemáticos. Nueve de cada diez alumnos tienen deficiencias graves en matemáticas.
No es una brecha de aprendizaje; es un colapso sistémico. Pero esta vez, la administración no puede culpar a la OCDE ni desestimar el dato como un «ataque neoliberal» de la prueba PISA. ¿Por qué? Porque el 9.02 es su número. Este dato catastrófico proviene de los «Ejercicios Integradores del Aprendizaje» (EIA), la nueva prueba diagnóstica insignia diseñada, implementada y celebrada por la propia Secretaría de Educación Pública.
Es una ironía deliciosa y trágica. La SEP, en su afán por validar la filosofía de la «Nueva Escuela Mexicana» (NEM), creó un instrumento para medir el «pensamiento crítico» y el aprendizaje «contextualizado». En lugar de eso, produjo la pistola humeante que prueba, irrefutablemente, el fracaso de su implementación.
Durante años, desestimaron las pruebas estandarizadas que nos decían que los cimientos se estaban pudriendo. Ahora, su propia prueba «humanista», diseñada para evaluar el techo, ha revelado que la casa ni siquiera tiene cimientos. Y ahí radica la falla filosófica que nos trajo a este 9.02.
La Nueva Escuela Mexicana, en la práctica, está pidiendo a los estudiantes que participen en debates complejos sobre problemas sociales mientras asume, con una negligencia pasmosa, que ya dominan las habilidades fundacionales. Los datos demuestran que no es así. El sistema está obsesionado con enseñar «saberes locales» y pensamiento abstracto, pero ha olvidado cómo enseñar a sumar, restar y, Dios no lo quiera, a calcular el área de un círculo.
Se intenta construir pensamiento crítico sobre una base de 9.02. Es un absurdo pedagógico. El fracaso es doble: no es solo filosófico, es de implementación. Mientras la SEP le exige esta revolución pedagógica al maestro, le da la espalda en el presupuesto. Como han señalado expertos, hemos visto un recorte de más del 80% en la capacitación docente desde 2019.
Piénselo: le pedimos a los maestros que hagan lo imposible, que implementen el currículo más complejo de la historia moderna, y lo hacemos mientras les quitamos más del 80% de los fondos para aprender a hacerlo. Es una configuración para el fracaso. Pero nada de esto captura la verdadera magnitud de la desconexión oficial como la respuesta de la SEP a esta crisis. Ante una tasa de fracaso del 90% en matemáticas, revelada por su propia prueba, ¿cuál fue la respuesta de emergencia? ¿Un plan nacional de remediación? ¿Una inyección de fondos para la capacitación? No, la gran respuesta fue… extender el plazo para que los maestros terminen de subir los datos a la plataforma. Una respuesta puramente burocrática para una crisis educativa existencial. Más tiempo para documentar el desastre, cero urgencia para solucionarlo.
El 9.02 no es un diagnóstico; es un «jaque mate» autoinfligido. La propia prueba de la SEP ha validado cada advertencia de PISA, de la OCDE y de los expertos que fueron ignorados. Ya no hay excusas. Ya no pueden culpar a la prueba. Es su prueba, su filosofía y su número. El 9.02 es el sonido de un sistema que se admira en el espejo ideológico mientras la casa se incendia. Necesitamos menos filosofía y un triage de emergencia para las habilidades fundacionales. Ahora.



