Por: Rosalío Morales Vargas
Las mujeres que luchan
son látigo qué azota intrigas e injusticias,
brújula imantada con aguja de decoro,
faro que alumbra en la tormenta borrascosa,
cuerda acerada para salir de los abismos,
gota constante que perfora los peñascos.
Son las sólidas mazas golpeando empecinadas
las cadenas de siglos de exclusión,
las que rompen los yugos altaneros,
en las silentes calles del olvido
cerradas en los tiempos de canallas.
Son las antorchas encendidas
que iluminan el sórdido sendero de cenizas
dejado en los parajes del ultraje
por embates de odio y de desprecio
en épocas adustas opresivas.
Son las hermanas Mirabal defenestrando
las nauseabundas «fiestas de los chivos»,
de proxenetas, violadores, corsarios del abuso,
que envueltos en las túnicas del poder atrabiliario
marchitan incipientes primaveras.
Son el tenue y rojizo arrebol que anuncia el alba
entre los estertores de la noche desolada,
donde pululan los espectros descarnados
del escarnio, la befa y el cinismo,
sostenidos en los pilares de la infamia.
Son las mareas de dignidad
que en la escuela, la calle, la fábrica y el campo,
arrasan con los muros de estulticia
de una sociedad indiferente
al pernicioso agravio de las fuerzas sofocantes.
Son las insomnes guerrilleras de la aurora,
que ponen cerco a casamatas del machismo
y ondean estandartes de fuego emancipado
para poner un alto a la abyección
de la feroz violencia a las mujeres.
Chihuahua, Chih.
25 de noviembre de 2025
