Psicología social y educación cívica: aprendamos a votar con dignidad

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Opinion por: Norberto Guerra Mendias

Aunque el periodo electoral formal no ha comenzado, la ciudad ya se satura de propaganda de quienes buscan una posición de poder en los próximos comicios. Llama profundamente la atención que muchos de estos precandidatos ocupen actualmente cargos públicos. Si bien la Constitución Política garantiza el derecho de toda persona a participar, esta anticipada y masiva campaña genera más que entusiasmo democrático: genera preguntas incómodas.

Estos actos, que en teoría buscan «presentarse ante la sociedad como la mejor opción», se convierten en una excesiva y costosa exposición personal. La imagen del aspirante invade espectaculares, redes sociales y una plétora de artículos promocionales. Ante este despliegue, la pregunta ciudadana es inevitable: ¿De dónde sale el dinero para financiar esta maquinaria?

La respuesta, con frecuencia, no es grata. Esta saturación propagandística es la primera mala señal sobre la naturaleza de quien busca nuestro voto. Lejos de reflejar un compromiso con el bien común, revela una ambición desmedida. El objetivo último parece no ser el servicio a la sociedad, sino la conquista de una posición de poder impulsada por la soberbia.

Pero la corrupción no solo se ejerce; a veces, se invita a ser cómplice. Si alguno de estos actores les ofrece dinero, transporte o dádivas por acudir a sus mítines, la respuesta debe ser un rechazo categórico. Aceptar es contribuir activamente a un sistema corrupto. Ese dinero es malhabido: si no procede de recursos públicos desviados de programas sociales, proviene de compromisos con grupos de poder que, sin duda, reclamarán su inversión después.

¿De dónde y cómo lo recuperarán? Usemos la imaginación para visualizar el peor escenario. Efectivamente, estaremos en lo correcto: lo harán del presupuesto público, del dinero del pueblo. Es una transacción donde la ciudadanía termina pagando, con creces, el precio de su propio engaño.

Frente a esta realidad, la psicología social y la educación cívica se revelan como antídotos urgentes. Comprender los mecanismos de la persuasión nos permite desarrollar un criterio inmune a la mera exposición mediática y a las dádivas. Aprendamos a votar con dignidad, escudriñando las propuestas sobre las promesas, la trayectoria sobre la imagen y el carácter sobre el carisma vacío. Exijamos cuentas claras antes de entregar nuestro voto. Nuestra dignidad electoral es la primera línea de defensa contra la corrupción.

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