Por: Felipe Villa
La educación no es solo una forma de transmitir conocimientos, es la manera de construir una sociedad. En realidad, educar es formar personas integrales, capaces de afrontar la vida con respeto, responsabilidad y, sobre todo, empatía. Para ello, la educación necesita basarse no solo en el amor y los valores, sino también en la energía positiva que, de la mano de la empatía, lleve a los niños y jóvenes a su mejor versión.
El amor como base de la educación
Educar con amor no es ser consentidor o cariñoso con los alumnos, sino preocuparse por su bienestar emocional y personal. Es saber que cada niño tiene sus propios miedos, preocupaciones y anhelos y proceder. Un aula amorosa es un espacio en el que los estudiantes se sienten seguros, apoyados y motivados para aprender.
Amar no es consentir, es respetar la individualidad de cada niño, sus necesidades emocionales. Esta forma de enseñanza, de proximidad y comprensión, hace que los niños crezcan seguros de que siempre habrá alguien que los apoye en sus logros y errores.
Los valores como orientación en la educación
Los valores son las pautas que orientan la conducta humana y representan un elemento esencial en la educación. En la escuela no solo se deben impartir conocimientos, sino también valores como la honestidad, el respeto, la responsabilidad, la solidaridad.
Está claro que estos valores no se enseñan con palabras, sino con el ejemplo. Los maestros deben ser ejemplos vivientes de estos valores en sus vidas. Cuando los niños observan que sus maestros y padres viven lo que enseñan, es más probable que lo hagan suyo.
¡Educar con energía desde la empatía!
Una de las cosas más importantes en la educación es cómo interactuamos con los niños y jóvenes. Aquí es donde la empatía —la habilidad de ponerse en los zapatos del otro y comprender lo que sienten— se vuelve crucial. Pero empatía no es permisividad, sino empatía con energía positiva, firmeza y claridad.
Educar con empatía es comprender al niño, reconocer sus emociones y orientarlo con paciencia y respeto. Pero también significa establecer límites, enseñarles reglas y desarrollar habilidades para controlar sus emociones y comportamientos. Empatía y energía no son opuestas, sino complementarias: la empatía refuerza la autoridad y la energía ayuda a no perder de vista los valores y metas educativas.
Un maestro empático no solo da órdenes, sino que trata de entender las razones del comportamiento del alumno. Y al hacerlo, puede proporcionar respuestas que no solo resuelvan el problema actual, sino que también ayuden al niño a desarrollarse emocionalmente.
El papel de la familia y la escuela
La escuela no es la única responsable de educar; la familia también tiene un papel importante en enseñar valores y empatía a los niños. En el hogar es donde los niños aprenden por primera vez cómo interactuar con los demás, cómo controlar sus emociones y cómo hacerse responsables. La escuela, por tanto, debe fortalecer estos aprendizajes, generando un ambiente en el que los valores como el respeto y la solidaridad se vivan día a día.
La alianza familia-escuela es fundamental para proporcionar una educación coherente. Cuando los dos campos están en sintonía, los niños se sienten respaldados y seguros en casa y en la escuela. Este apoyo mutuo los ayuda a desarrollarse emocional y académicamente.
Conclusión: una educación desde el amor, los valores y la empatía
Educar desde el amor, desde los valores, desde la energía de la empatía, es formar personas completas, responsables y respetuosas. No basta con instruir, hay que formar personas que sepan desenvolverse en el mundo con seguridad y humanidad. Esta es la educación para hacer una sociedad más justa, solidaria, empática, donde las personas sean valoradas por lo que son, no por lo que saben.
El amor, los valores y la empatía son las armas para formar una generación lista para vencer y para el bien común. Educar con estos principios es un acto de responsabilidad y de fe en el futuro.



