Formando con disciplina: el impacto del hogar en la personalidad

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Por: Felipe Villa

La disciplina es el arquitecto del alma, en donde desde muy temprana edad, los individuos reciben sus primeras enseñanzas de comportamiento, reglas y autocontrol en el hogar, forjando su destino. La familia, como célula de la sociedad, debe educar en valores que guíen al joven en el transcurso de su vida porque la clave de la disciplina es establecer un ambiente con límites claros y expectativas realistas que fomenten el desarrollo personal y emocional, y cuando los padres elaboran una estructura, los niños aprenden a controlar sus emociones, a elegir con responsabilidad y a respetar los derechos de los demás.

Las rutinas son pautas de organización en donde, desde pequeños, hacer horarios de comida, sueño, estudio o juego nos organiza y nos da seguridad en donde promover el equilibrio entre las actividades escolares y el tiempo libre ayuda a los niños a equilibrar la obligación con el placer y esto crea estructura y autocontrol, habilidades que les servirán en la edad adulta.

La obediencia no siempre significa castigo; de hecho, el refuerzo positivo es un estimulante de conductas virtuosas. Por ejemplo, más tiempo de juego o algo que le guste al niño después de hacer una tarea en casa, permite que este tipo de motivación haga hincapié en la responsabilidad, ligando esfuerzo a recompensa.

El arte de la disciplina es la perseverancia porque si una regla nunca se sigue, los niños no aprenderán a seguirla, por ejemplo, si los padres dicen que no se puede ver la televisión después de las 9 de la noche, lo tienen que hacer cumplir todas las noches. Otra manera de disciplinar en casa es enseñar a los niños a controlar sus emociones. Cuando el niño se frustra por no poder resolver un problema de matemáticas, el padre lo guía en el manejo de su frustración. En lugar de gritar o lanzar cosas, decirle que respire hondo, dé un paso atrás y lo intente de nuevo. Este tipo de formación emocional enseña a los niños a ser resilientes y afrontar las dificultades con calma y paciencia.

La disciplina en Japón, por ejemplo, se basa en el respeto, la responsabilidad y la armonía social. Desde la familia, los niños aprenden a ser puntuales, obedientes y considerados con los demás. En las escuelas, la disciplina se refuerza mediante la limpieza del aula, el trabajo en equipo y el respeto hacia maestros y compañeros. En el trabajo, se valora la puntualidad, el esfuerzo constante y la lealtad a la empresa. En la sociedad, las personas actúan pensando en el bien común, manteniendo el orden y la cortesía. En conjunto, la disciplina japonesa busca mantener la armonía y el respeto en todos los ámbitos de la vida.

Tender la cama al levantarse es un ejemplo de disciplina y esta pequeña iniciativa no solo crea organización, sino que también enseña a los niños a iniciar el día con un propósito. Si el padre ordena que al levantarse todos deben tender su cama, el niño aprenderá a tomar la iniciativa, a cuidar sus cosas y a comprender que la armonía es la base de la vida y si esta rutina se mantiene, el niño se acostumbra a la disciplina y empieza a hacer sus cosas. Además, la disciplina siembra compromiso y empatía, y con pequeñas tareas diarias, como limpiar, respetar horarios o controlar sus emociones, los niños se preparan para la vida adulta a la vez que también aprenden empatía, fundamental para la vida en sociedad.

Los niños aprenden más por lo que hacen que por lo que se les dice. Por eso, los padres deben ser los primeros en obedecer las normas y vivir los valores que quieren enseñar. Si un padre establece la regla del silencio, él mismo debe respetarla. Esta conducta ejemplar le muestra al niño que las normas también son para los mayores y que cada uno asume las consecuencias de sus actos. La armonía del hogar refuerza la confianza en uno mismo porque un niño criado en un ambiente estricto, pero cariñoso, aprenderá que puede superar obstáculos y que tiene la capacidad para hacerlo, y esta seguridad se manifiesta en una mayor capacidad para afrontar los retos de la vida adulta. La armonía familiar es el constructor de individuos con identidad, respeto por sí mismos, por los demás y que contribuyan a la sociedad porque el hogar estructurado, pero con libertad en sus límites, crea pequeños seres humanos armoniosos, responsables y equilibrados en su mente.


En definitiva, la disciplina en casa no solo enseña a los niños el orden y la responsabilidad, sino que construye las bases de una personalidad fuerte y equilibrada y con ejemplos sencillos como crear rutinas, modelar comportamientos, enseñar sobre el manejo de las emociones y fomentar la autonomía, los padres pueden hacer la diferencia en el desarrollo de sus hijos, no solo como personas que se comportan en casa, sino como ciudadanos responsables y conscientes. La disciplina es más que obediencia a normas; es un proceso educativo que desarrolla la madurez emocional, el respeto y el compromiso, habilidades necesarias para afrontar la vida con éxito y armonía. En este sentido, el hogar es el primer y principal taller de la personalidad humana.