Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Como cualquier movimiento vertical, las promociones a cargos directivos contemplan sí, el alcanzar una meta personal, pero también ese cambio de función conlleva particularidades que solo las direcciones escolares ofrecen.
El dirigir un colectivo escolar es por sí mismo un reto administrativo y académico en la toma de decisiones es una obligación inherente con las consecuencias que éstas acarreen sean positivas o negativas y ahí, es donde pueden presentarse las dudas, en saber si la determinación a tomar implicará costos y de qué naturaleza serán éstos.
Por ello, la soledad física en la función directiva es trascendental para analizar, sin filias ni fobias, con plena conciencia, objetividad y justicia las definiciones en que bien pueden ser complejos o polémicos. En este sentido, la soledad se vuelve una aliada para el director o directora.
De la misma forma, la soledad como sentimiento, como emoción y percepción también se ciñe en las personas que dirigen; es aquí, cuando llega y se establece, no siempre resulta benéfico para la paz mental.
Porque aunque se busquen resolver problemáticas, ayudar al personal a cargo o auxiliar al estudiantado, quizá al voltear atrás y sentir el no acompañamiento o gratitud por lo hecho siempre lacera el alma y merma las ganas.
La función directiva es tan humana como la esencia del ser, se tiene la oportunidad de encabezar esfuerzos pero también se tiene la necesidad de recibir reforzamientos positivos cuando la labor lo amerite.