La Nueva Escuela Mexicana: testimonios al ras del aula

0

Por: Manuel Gil Antón (Colaboración para El Universal)

Dice Sabina que, “no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Inspirado en esa frase, considero que “no hay proyecto peor, que el que no cuenta con condiciones para lograrse”. Me temo que puede ser el caso de la Nueva Escuela Mexicana (NEM).

Sostengo que una experiencia escolar activa, en la que docentes, alumnos y directivos generen proyectos en que converjan distintas disciplinas y saberes, al abordar temas que interesen a quienes participan en ello, es muy buena. Tal estrategia supera, y mucho, a la educación tradicional que pretende, desde el aislamiento de asignaturas, generar aprendizajes significativos.

Porque se trata de una propuesta importante y valiosa, es necesario averiguar, al menos asomarnos, a qué está pasando en las aulas y escuelas.

Me di a la tarea de preguntar, y escuchar, las percepciones de un conjunto diverso de profesoras y profesores: pedí el parecer sobre la NEM a docentes de distintos grados, entidades de la república y diferentes edades. Es importante decir que predominaron quienes coinciden con la idoneidad del proyecto.

No pretendo dar cuenta de lo que advierte y opina el magisterio mexicano (es un conjunto enorme y diverso del que predicar algo, sin realizar —al menos— procedimientos muestrales adecuados, es un error inmenso), sino compartir lo que me han relatado mis colegas para problematizar este proyecto.

Hay, a juicio de la mayoría, una mezcla de desconocimiento y confusión en torno a la NEM. Llegó de repente, desde arriba, sin tener tiempo ni elementos para comprender la magnitud del cambio en el paradigma pedagógico. Como siempre, expresaron, las autoridades educativas suponen que basta enunciar que las cosas cambiarán, para que cambien, sin tomar en cuenta el tipo de formación que recibieron las y los docentes, ni la experiencia derivada de su modo de trabajo previo.

Hay quienes rechazan la propuesta en sí, y la consideran equivocada por distintas razones, pero aún para los que coinciden con ella, e incluso llevan tiempo —mucho antes del enunciado oficial— tratando de trabajar de una manera diferente a la tradicional, reportan que se está llevando a cabo, en serio, en muy pocos casos, porque la preparación que se requiere para trabajar así no es, ni de lejos, trivial.

Empresas privadas han generado guías y formularios para que sean seguidos por el personal docente, pingüe negocio, de tal manera que parezca que se realiza, sin que la forma de trabajar registre cambios: lo que se modifica son los formatos que exigen las autoridades (directores, supervisores, jefes de sector y otras instancias) muchas de las cuales tampoco están capacitadas para coordinar tal transformación.

La formación en las normales e instituciones formadoras de docentes sigue los cauces y tradiciones de antaño. No hay sintonía. ¿Vino viejo en odres nuevos?

En la secundaria, dada su estructura curricular por asignaturas, es imposible dar cabida a la NEM.
Sus impulsores, me dijeron, visitan en los estados a escuelas donde sí se está aplicando, y proclaman que en toda la entidad pasa igual: el clásico espejismo del poder, aunado al voluntarismo selectivo.

¿Sucederá lo mismo en distintas latitudes? Es muy fácil decir en los discursos que la NEM es un hecho y avanza incontenible, pero a partir de estos testimonios ha lugar a dudas. Los procesos educativos son difíciles de cambiar, y mucho más si lo que en la realidad ocurre, se elude u oculta. Es el peor de los senderos: lleva, directo, al barranco inútil de la soberbia.