La vendimia: cosechar lo que somos

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Por: Dra. Nicté Ortiz

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El Molino Don Tomás ha tenido su vendimia. Un encantador viñedo a tan solo 45 minutos de la capital del estado en Santa Isabel, Chihuahua. Este pueblo de poco más de 4,000 habitantes nos recibe con un puente pintoresco que anticipa lo que viene: hospitalidad, tradición y sabor. Su iglesia central enmarcada por edificios antiguos, y justo a la entrada, unas gorditas famosas conquistan el paladar antes de cualquier brindis. En Santa Isabel la invitación es para detenerse a saborear y agradecer.

Hablar del vino es hablar del tiempo. De los años que requiere cada cepa para madurar, del cuidado que demanda la vid, de las estaciones que moldean su carácter. En cada botella se encierra una historia de paciencia y de arte. La vendimia no es solo una cosecha, es el cierre de un ciclo que comenzó mucho antes, con raíces firmes, podas precisas y un clima que a veces castiga, pero también premia. Así como la vida misma: cuando llega el momento de recoger lo sembrado con tono de fiesta y agradecimiento.

Este viñedo tiene raíz en una historia familiar. Las botellas llevan el nombre de alguien que existió y dejó huella: Don Albino, Don José… no son solo etiquetas, son susurros del pasado que siguen vivos en cada sorbo. El Molino Don Tomás es también un relato de oro y cenizas que se origina en Parral, donde una antigua noria guarda secretos del tiempo y donde, se dice, incluso el general Francisco Villa cruzó caminos con la historia de esta familia. Aquí, entre parras y barricas, se entretejen recuerdos, anécdotas, silencios y carcajadas. El vino, como núcleo de esta vida compartida, guarda las notas de quienes han guardado oro, secretos y vida en la tierra, apostaron por ella y supieron convertirla en legado. El vino también tiene memoria: guarda los sabores de la tierra que lo formó, del frío que templó sus frutos y del sol que los hizo brillar. En el paladar, se revela como un secreto único para quien sabe escuchar su historia.

Francia, Italia, España, Argentina… son nombres que resuenan cuando se piensa en vino. Pero Chihuahua, con su clima semidesértico, su sol intenso y sus suelos minerales, empieza a escribir su propio capítulo vitivinícola. En latitud, estamos alineados con regiones como Burdeos o el Valle del Ródano, y eso no es coincidencia. Nuestro sol imprime carácter a las uvas; les da fuerza, les da alma. Hoy, los vinos de Chihuahua emergen con identidad propia, sorprendiendo a paladares nacionales e internacionales.

El vino no se bebe, se vive. Se marida con la comida, claro, pero también con las emociones. Hay amistades dulces, otras más ácidas, algunas que te dejan notas ahumadas o un final prolongado y vibrante. Así fue la experiencia en El Molino Don Tomás: una armonía entre sabores y encuentros. Probamos vinos premiados en Bruselas y otros surgimientos como Alba, con notas florales y destellos luminosos. Como las parras, las personas crecemos según lo que nos rodea; algunas estaciones nos hacen florecer y otras, madurar a profundidad.

El menú fue una carta de gratitud a la tierra y a la creatividad. El primer tiempo: vino Auroras acompañado de una empanada de quelites y queso de cabra, sabor ancestral. Segundo tiempo: Don Albino, servido con cabrería añeja en costra de chicharrón norteño, sobre puré rústico de papa y zanahorias arcoíris del campo. Y para el final, el deleite absoluto: Don José, vino profundo, acompañado de un postre llamado Delirio de chocolate amargo, con frambuesas recién cosechadas y una infusión de sotol, que apareció en el plato después de encender un papel que cubría este maravilloso secreto.  Una experiencia sensorial que iluminó las mesas y las caras de sorpresa de los comensales. Todos sentados a la mesa de madera rústica, con un paliacate en pierna como servilleta y una cajita de sorpresas en madera que contenía tres regalos para el paladar: dátil, ciruela y chocolate.

El espíritu festivo no se quedó en la copa. Rodeo, toros, las coreografías de “Las Bandidas” y un homenaje al maestro Juan Gabriel hicieron vibrar el lugar. Cada canción fue un eco de recuerdos, y en el “Noa Noa”, nadie se quedó sin cantar ni sin bailar. La noche se volvió memoria colectiva entre luces, risas y corazones latiendo al compás de la música. Además, Santa Isabel floreció con esta fiesta, productos de la región y antojitos variados dieron color y sabor a la carpa bien colocada en el centro de las actividades. Desde una banderilla hasta una refrescante mezcalita, todo estaba dispuesto para que el visitante se sintiera parte de algo más grande. La velada culminó con música country, baile en línea, fotos del recuerdo y un espectáculo de fuegos artificiales que iluminó el cielo y los corazones desde lo alto del Molino.

Hoy las fiestas de la vendimia se celebran en distintos puntos de Chihuahua. Es buen momento para descubrir nuestros vinos, recorrer nuestras tierras y recordar que lo que sembramos —en el campo y en la vida— florece si lo cuidamos. La uva es un regalo que la tierra nos ofrece para convertirlo en celebración… y así también, cada momento vivido es una uva madura esperando transformarse en brindis. Celebra tu vendimia. Agradece lo cosechado. Y nunca dejes de brindar:

Por lo vivido, que agradecemos con el corazón.
Por lo que viene, que como la uva, sepamos crecer con sol, madurar con paciencia y cosechar con alegría.
Y por lo que somos, fruto de esta tierra fértil llamada Chihuahua, donde el sabor de su vino, al tocar el paladar, abre un infinito de posibilidades de gozo y felicidad.

SALUD y Viva Chihuahua o ¿Cuál es tu #puntodevista?