Por: Víctor M. Quintana S.
Esta primavera nos ha entristecido: las rosas de abril se llevaron al Papa Francisco; a Pepe Mujica, expresidente del Uruguay se lo llevaron las flores de mayo. Los dos eran latinoamericanos, del Cono Sur, de ambas riberas del Río de la Plata, frisando ambos los 90 años.
Más allá de estas coincidencias está la gran simpatía y admiración que Jorge Bergoglio y Pepe Mujica suscitaron en todo el mundo, mucho más allá de sus fronteras. La expresión unánime de reconocimiento que propios y extraños hicieron patente al enterarse de su muerte.
¿A qué se debe este consenso muy generalizado?
A que ambos fueron profetas de su tiempo: denunciaron los grandes males de este siglo, pero también anunciaron las formas y los valores para construir un nuevo modelo de sociedad, de civilización.
Esta labor de denuncia-anuncio Francisco y Pepe la realizaron sobre todo con sus hechos. En un mundo en que predominan el bla, bla, bla de las imágenes y las redes sociales, revista una gran fuerza el que alguien se comprometa actuando con lo que predica. Es relativamente fácil ser congruente en el discurso, pero llevar esa congruencia a todos los actos de la vida cotidiana es verdaderamente admirable.
A que Pepe y Francisco le demostraron que la sencillez y la modestia en el vivir, habitar, trasladarse, de vestirse son los signos del poder concebido como servicio a los demás, sobre todo a las personas más excluidas. Esto le hicieron ver a un mundo donde el poder político y económico de todos signos e ideologías se expresa con el alarde, la ostentación, la profusión de anuncios pagados, los vehículos de lujo, los guardaespaldas.
A que el Presidente Pepe y el Papa Francisco supieron cuestionar a una civilización cada vez más centrada en el ego, en la apariencia, en el bienestar material, en el consumismo: con su palabra y con su pobreza de vida mostraron que el capitalismo, que la economía basada en el lucro y en el descarte, no sólo generan exclusión e injusticia, sino que van conformando una cultura que esclaviza a las personas en el tener y las aleja del ser.
También fueron voces que llamaron a la conciencia global en medio del torbellino del cambio climático y la devastación del planeta y un planeta devastado por el extractivismo, las sequías, las inundaciones y el calentamiento global. Cada uno desde su tribuna interpelaron a la humanidad Papa con su encíclica “Laudato Sí” y Mujica, el cultivador de flores, criticando la civilización, una civilización que no tiene freno en la depredación de la naturaleza, basada en una lógica del despilfarro permanente. Promovieron un modo de vida, comunitario, hermanado con la naturaleza como alternativa ética y política.
La religión no fue un tema que los dividiera, Pepe Mujica manifestó en una entrevista a El País:
“Tengo mis reservas con los dogmas religiosos. Creo más en la ética de la solidaridad que en la moral del castigo”. La espiritualidad debe traducirse en acción concreta y no en rituales vacíos. Hay que defender e una “religiosidad laica”, centrada en la empatía humana y no en las jerarquías eclesiásticas.
Esto lo suscribiría plenamente el Papa Francisco, que consideraba a Mujica como un “hombre sabio” y fue al primer presidente latinoamericano que recibió.
A su vez, Mujica admiraba a Francisco como luchador social y sacudidor de conciencias al punto de declarar: “Yo soy un acólito del Papa Francisco, mis dudas con Dios son filosóficas”.
Obvio que tanto Pepe como Francisco tuvieron sus defectos y sus errores. No se trata de hacer su hagiografía religiosa o laica. Pero lo que no puede negarse es que con su forma de vivir, su congruencia y su compromiso cotidiano le dijeron y le siguen diciendo mucho a este planeta que atraviesa múltiples crisis. Con dedicación y pasión uno y otro se comprometieron con el cuidado de Nuestra Casa Común y con el cuidado de las personas descartadas y excluidas.
Que descansen en paz y que sus pensamientos y hechos nos sigan inspirando.