De la ofensa al beneplácito

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Por: Profr. José Luis Fernández Madrid

En esta ocasión va una del anecdotario:

Recién empezada mi labor docente, una compañera educadora y su servidor fuimos convocados a reunión para el análisis y puesta en práctica de actividades pedagógicas que sería encabezada por un profesionista de otra rama distinta a la educativa.

En la misma y tras una serie de preguntas y comentarios de la audiencia que hicieron sentir incómodo al disertante por su incapacidad para comprender el día a día de la función docente, en un arranque de su alterada realidad terminó de tajo su comparecencia.

Al encontrarnos de frente en la salida del recinto, observándolo visiblemente alterado, ingenuamente pretendimos aligerar su negativa carga emocional procurando establecer comunicación con él, no obstante, sin mayor recato soltó a rajatabla: ¿En qué le puedo ayudar «maestrito rural»? (Desconozco hasta el momento el cómo adivino mi origen laboral) Sorprendido, solo atiné a ignorar su comentario que a todas luces lo expresó con la intención de ofender pero aún asi pretendí calmar su enojo.

¿Qué pueden opinar un profe limpiamocos y una maestra amarracintas? Preguntó en el mismo tono.

Tras ello, solo nos dimos media vuelta y procedimos a retirarnos con un dejo de molestia, coraje o tal vez rabia.

Poco tiempo después, esos sentimientos cambiaron al comprender que los títulos que nos endilgó el profesionista no eran más que la evidencia y constancia que al menos éramos indispensables en la vida de alguien, que éramos los salvadores de sus necesidades y él, no lo sé.

Han pasado muchos años y sí, seguimos amarrando cintas de los tenis y limpiando narices de alumnitos y alumnitas que presurosos acuden a nosotros, les seguimos siendo útiles, continuamos siendo importantes en sus vidas.

El sujeto que según nos insultó tenía razón, ¡sí somos! Y qué bueno. Bendita profesión.

PD: Anticipadamente, Feliz Día del maestro y la maestra.