Por: Víctor M. Quintana S.
Tuvo el privilegio de que su Pascua fuera en plena Pascua, a pesar de que nunca buscó privilegio alguno. No sin antes encontrarse por última vez con su pueblo, bendecir a la ciudad y al mundo y hacer un llamado postrero a la paz y a la solidaridad con el pueblo de Gaza, sobre todo con sus niñas y niños.
Como jesuita pudo haber optado por llamarse Ignacio, en honor al de Loyola, gigante de la Reforma Católica y hubiera sido bien recibido. Pero escogió un nombre que llama a la fraternidad universal y con la hermana naturaleza, el del Poverello de Asís. Quiso con ello tender puentes por sobre todos los abismos y divisiones, hermanarnos por sobre las fronteras, y no sólo con el género humano porque quiso rescatar a la hermana agua, al hermano sol, al hermano bosque, a la hermana tierra.
El discurso de sus hechos fue el primero que sacudió al mundo, tal vez incluso más que a la institución eclesiástica. Renunció a los signos de poder temporal, al boato monárquico, al Palacio Apostólico y sus aposentos, para ser un huésped más de la residencia Santa Martha, que hacía fila como todos para tomar sus alimentos.
Francisco, el Papa que vino del fin del mundo, a aportar el punto de vista del Sur, de los países, regiones y grupos sociales oprimidos, como señala el teólogo brasileiro Leonardo Boff.
Francisco de las y los pobres, el que luchó por una Iglesia Pobre. Una Iglesia concebida no como una institución anquilosada y lejana, sino como un hospital de campaña, que sale a caminar y recibe a todos los heridos sin preguntar su religión, nacionalidad, condición o identidad sexual.
Francisco buscó que la Iglesia también fuera una Iglesia de todas. Como nunca antes pontífice alguno, hizo presentes a las mujeres en importantes puestos vaticanos. A pesar de las resistencias buscó que se les reconociera efectivamente el lugar de ellas en la Iglesia. Dio los primeros y decisivos pasos en un camino largo por recorrer.
Francisco de las personas excluidas. El que no condenó y afirmó que tienen un lugar en la Iglesia las personas homoxexuales y transgénero. El que acogió a las personas divorciadas y vueltas a casar. El que una y otra vez alzó su voz y abrió las puertas a las personas migrantes. El que abrazó a personas no creyentes, ateas, de otras religiones.
Francisco el de las personas descartadas. Las víctimas de todas las injusticias. Las apartadas de los beneficios de la tierra, del techo, del trabajo. El que nunca titubeó en denunciar la injusticia, comenzando por el Vaticano y por la Iglesia misma. El que se reunió con los movimientos sociales, con las personas y colectivos que se esfuerzan por hacer realidad todos los derechos para todas y para todos.
Francisco el firme creyente en el diálogo y en la fuerza del colectivo. Que siempre se abrió a escuchar la opinión de otras personas. Que creyó y actuó para que la Iglesia se abriera a la Sinodalidad, como él la concibió: el trabajo y la vida en conjunto y en comunión como la forma específica de vivir y predicar el Evangelio.
Francisco el de la palabra profética. El de las dos encíclicas que lo hacen el gran Profeta del Siglo XXI: Laudato Sí, sobre el cuidado de nuestra Casa Común, la crisis ambiental propiciada por el sistema capitalista vigente de lucro sin fin. Luego, Fratelli Tutti, en la que propone la fraternidad y la amistad social y la ecología integral como los caminos indicados para construir un mundo mejor, más justo y pacífico.
El Papa que vino de las periferias geográficas y sociales nos deja un enorme legado: hechos que debemos continuar realizando; palabras que debemos tornar en hechos. Así seguirá plenamente vivo en nosotros.