Una exestudiante de la Normal Rural «Ricardo Flores Magón» de Saucillo hizo llegar a este portal informativo un duro relato que titula «Del Sueño a la Pesadilla» y en el que comparte a la opinión pública el infierno que tuvo que sufrir en meses pasados a su llegada a esta reconocida institución formadora de docentes chihuahuense y que lamentablemente la obligaron a renunciar a su sueño. Un testimonio que vuelve a poner en el ojo del huracán las prácticas durante el proceso de inducción en la Normal Rural de Saucillo, en este caso en especial, al Consejo Estudiantil, y que, de nueva cuenta, pone en entredicho la falta de control de las autoridades en dicha escuela. Asimismo, cabe señalar que éste es únicamente el testimonio de una de las estudiantes que se vieron obligadas a renunciar este ciclo a su sueño de convertirse en egresada de la Rural de Saucillo.
Compartimos a continuación el relato completo en primera persona de la estudiante:
«Del Sueño a la Pesadilla
Cuando decidí entrar la la Normal de Saucillo, ya sabía que al inicio tendría que vivir una jornada de inducción donde teníamos que limpiar la escuela, recibir pláticas de política y actividades que haríamos durante nuestra carrera en el internado.Mi hermana me había dicho que solo tenía que aguantar esas dos semanas de trabajo, desveladas y después, todo sería normal.
Antes de empezar la inducción, pasamos por nuestros dormitorios para que entregáramos nuestros celulares, cargadores y artículos que no podíamos llevar, como cosas en aerosol (por ejemplo, desodorantes, excepto en barra), maquillaje, entre otras cosas que no eran consideradas una necesidad. . Sin embargo, durante la inducción, un día en que no estábamos en los dormitorios, entraron y esculcaron nuestras cosas para asegurarse de que no teníamos nada que se nos hubiera olvidado entregar. Incluso, a algunas les quitaron su desodorante en barra, pasta de dientes y, en mi caso, los elementos que uso para lavarme los dientes, ya que uso brackets. Lo extraño era que a algunas no les quitaron nada.
Si te quitaban cosas cuando esculcaban los dormitorios, quedabas condicionada todo un año: sin vacaciones, obligada a hacer guardias vacacionales, sin salidas a tu casa los fines de semana y siempre disponible para cualquier cosa que te pidieran. Esto incluye salir de la escuela para ir a protestar en otras Normales Rurales del país.
Cuando empezamos la inducción, llegaron y nos despertaron golpeando las puertas para que nos levantáramos. Nos dijeron que teníamos que vestirnos cumpliendo con las formalidades: pantalonera con bolsillos, calcetas largas (para que no se vieran los tobillos), tenis y una playera sin estampados, para no incentivar el fanatismo, ni etiquetas de marcas. La playera debía tener mangas para cubrir los hombros. Además, el cabello debía ir recogido; no se permitían tatuajes ni piercings. Yo tuve que llevar cinta en la cara durante toda la inducción para cubrir mis piercings. Tampoco se permitían accesorios, como pulseras, collares, aretes, gorras, bufandas o guantes. Todas estas formalidades debían cumplirse durante toda la inducción; de lo contrario, había sanción.
Después de decirnos las formalidades, nos llevaron afuera corriendo (porque siempre íbamos corriendo) para ir a una iniciación, diciendo consignas. Después nos llevaron a dormir, pero no pasaron ni cinco minutos cuando nos volvieron a despertar con golpes para leernos el reglamento de cada comité y hacernos preguntas al final. El reglamento era extenso. Cada vez que terminaba un comité, apenas nos acostábamos y, a los pocos minutos, llegaba el siguiente a despertarnos de la misma manera.
Nos dejaron dormir un rato y luego nos levantaron antes de que saliera el sol. Nos daban 20 minutos, o a veces menos, para limpiar los dormitorios. Si no estaban perfectamente limpios, nos aplicaban sanciones grupales. Estas sanciones consistían en hacer sentadillas (mínimo 50, aunque a veces más, llegamos a hacer hasta 150). Si no las hacíamos de manera uniforme, teníamos que empezar de nuevo. También nos hacían levantar los brazos hasta que se nos cansaran, incluso dejar de sentirlos. Si los bajábamos, prolongaban el tiempo.
Por las noches, asistíamos al círculo de estudio, cumpliendo con las mismas formalidades. Solo podíamos entrar con cuaderno y pluma. Antes de entrar, nos revisaban de arriba abajo para asegurarse de que no lleváramos objetos no permitidos, durante el círculo teníamos que hablar en tercera persona, sin palabras altisonantes, sin palabras de sumisión como perdón o gracias, y algunas más.
Al estar adentro teníamos que estar sentadas derechas, si encorvarnos o doblar las piernas, si no sanción, sin levantar la cabeza al frente solamente viendo al cuaderno para escribir, si no, te gritaban, durante todo el círculo solamente leían sobre hechos de la clase obrera, la desigualdad, y los derechos humanos, y mientras leían tu teníamos que apuntar todo y sin parar de escribir porque si no, nos sancionaban o gritaban. Al final de la lectura teníamos que tener preparado un análisis, argumento o pregunta de la lectura, si la pedían y no teniamos nada, era sanción, y para poder hablar teníamos que decir: “mesa” si no, no nos daban la palabra y si usabamos palabras de sumisión o no hablabamos en tercera persona, sanción.
Después de ese día todo era igual solo que durante los días restantes nos levantaban antes de que amaneciera, limpiabamos el dormitorio, nos llevaban a hacer ejercicio, a comer, a limpiar, a comer más al rato, seguir limpiando y si nos sobraba tiempo no podíamos bañar pero de dos en dos, porque solo nos daban minutos para bañarnos 30 chicas en 5 regaderas, después cenar y ya en la noche círculo de estudio y como salíamos en la madrugada las de medicamento controlado se quedaban en el dormitorio. Después de varios días de trabajar todo el día y dormir poco, nos quedábamos dormidas en los círculos, y para que no nos durmiéramos pisoteaban en suelo del gimnasio, golpeaban la mesa o gritaban para no dormirnos, ya no captábamos ni lo que nos decían a veces solo escribíamos puros garabatos por lo dormidas que estabamos y porque no podíamos dejar de escribir porque nos gritaban.
Había días en dónde nos llevaban a la sala audiovisual o al gimnasio durante el día para hacer actividades que nos ponían los maestros o directivos de la escuela, y nos la pasábamos bien incluso nos reíamos con ellos, pero cuando llegaba la noche en círculo de estudio nos regañaban por estar socializando con los maestros, nos decían que ellos no eran nuestros amigos que lo que querían ellos era cerrar la escuela, nos decían, y citó “bien que se la pasan riendo con los maestros pero aquí no nos pueden dar ni un análisis bien hecho y se la pasan dormidas, pero con ellos no se duermen”, siempre nos decían que no confiáramos ni en ellos, ni en las psicólogas, ni mucho menos en los de enfermería. Nos metían miedo para que no confiamos en nadie más que en ellas, porque si hablábamos con alguien sobre lo que pasaba adentro, incluso nuestros familiares era fuga de información, y las que hacían eso les dicen charras, y las llegaban a correr de la escuela, así que si teníamos miedo de decir algo que no debíamos, siempre aparentábamos estar bien enfrente de los maestros para que no nos hicieran preguntas ni se quejaran con las de comité y así no nos regañaran, durante los días de inducción hubo varias niñas, si no la mayoría que tenían ataques de ansiedad por el cansancio y la presión, incluso llegaron a convulsionar y otras a desmayarse, hubo una vez en la noche, a una compañera le dio una crisis de ansiedad y se puso muy mal, en el pasillo solo se escuchaban llantos de las demás que le caían ataques de ansiedad. Llego la ambulancia por nuestra compañera y antes de que entraran los paramédicos, llegaron unas chicas del comité de hyj para descubrir las ventanas y los espejos, ya que al inicio de la inducción los habían tapado con papel, no teniamos visibilidad al exterior durante toda la inducción.
Después de eso fuimos a círculo de estudio y al ver en las condiciones en las que estábamos, ya exhaustas, dieron por terminado el círculo de estudio y nos mandaron a dormir, incluso ahí adentro fue donde tuve los ataques de ansiedad más fuertes que eh tenido y supongo que la mayoría también.
Durante todos los días de la inducción se iban yendo niñas que ya no aguantaban y nos regañaban por dejar que se fueran. Decían que era nuestra culpa por no detenerlas, cuando la culpa la tenían ellas por las condiciones en que nos tenían. Tenía compañeras que comentaban que no tenían otra opción para estudiar, pero que aún así no podían soportar tantos malos tratos, preferian seguir trabajando afuera y se salían.
Yo, sin embargo, aguantaba todo esto porque mi hermana estudió ahí y, como ella me platicaba las cosas, yo pensaba que todo eso era normal y que al terminar la inducción todo eso acabaría; solo tenía que aguantar unos días más.
Al terminarse la inducción, nos regresaron nuestras cosas, las formalidades se acabaron y ya podíamos salir. Después de una semana empezaron las clases, pero casi no tuvimos, ya que tuvimos varias conferencias durante la semana. Se supone que ya todo sería normal, que al cumplir los requisitos para entrar a la normal, pasar el examen y terminar toda la jornada de inducción, ya seriamos alumnas normales, sin embargo, continuaron los círculos de estudio durante la madrugada y tratos similares a cuando eramos consideradas aspirantes.
Los profesores ya se daban cuenta de que aún no nos dejaban dormir y querían ir a defendernos, pero no los dejábamos por miedo a que nos regañaran. Nos volvieron a leer el reglamento y a decirnos que por grupo íbamos a tener representantes de cada comité para que pasáramos la información al grupo. Yo fui representante de dos comités y jefa de grupo, pero algunas tenían 4 o 5 comités. Nos mandaban mensajes para pasar información y también pedirnos listas, carpetas o información del grupo, o citarnos a reuniones del comité, y lo teníamos que entregar a cierta hora; si no, sanción grupal. Y después de la hora establecida, pasaba a sanción cada 5 minutos. Nos traían de aquí para allá.
En las reuniones de base, donde estaban todos los grupos, o incluso en reuniones de comités, se trataban de una forma horrible. Se gritaban si no estaban de acuerdo, y nosotras, las de primer año “las pelonas”, no podíamos opinar, a menos que nos lo pidieran, pero seguiamos con mucho miedo, miedo hasta de voltear a ver a las alumnas de grados superiores, sobretodo a las de 4° o de comité, ya que si sentían que las veiamos mal o no las saludabamos, nos podian reportar con COPI para que nos sancionaran.
Un día, después de tres semanas ahí, colapsé y le llamé a mi hermana, diciéndole que ya no podía más, que si no me ayudaba, iba a salir muerta de allí, ya que incluso llegué a tener pensamientos suicidas. Platicó conmigo y me dijo que fuera con la psicóloga para que me eximiera. Me dijo que tenía depresión y ansiedad, que necesitaba con urgencia medicamentos controlados y que no podía estar ahí adentro. Entonces, me dio un pase de salida médico durante una semana para que me acostumbrara al medicamento.
Me fui con mi hermana y le platiqué cómo pasó la inducción, pero al mismo tiempo no quería, por “charra”, aunque mi hermana fuera una egresada de allí, me daba miedo decirle. Pero al contarle, me dijo que nada de lo que pasó ahí adentro lo vivió, que eso no era lo “normal”. Durante mi pase de salida médico, en la escuela sospechaban que una compañera estaba divulgando información y ya la traían en la mira. Durante un círculo de estudio, ella se negó a cumplir una sanción que consistía en levantar los brazos. Las copis que estaban a cargo del círculo de estudio se enojaron y pusieron a todas a hacer 300 sentadillas, porque por una las llevaban todas. Algunas se cayeron o se desmayaron al ya no poder hacerlas, pero eso no les importaba; no las dejaban salir de allí hasta que las terminaran. Después de eso, las de copi se encerraron con esa compañera en un salón para intimidarla y hacerla firmar su expulsión y que no saldría de allí hasta que le revisaran el celular. Ya con eso, ya ni ganas me daban de regresar.
Mi hermana me ofreció tomarme otra semana para pensarlo bien, después de dos semanas, regresé y al ver que el ambiente seguía igual, seguí con mucha presión, ansiedad y volví a colapsar.
Ya tenía pensamientos que me decían que ya tenía las herramientas para irme, hablé con mi familia, consultaba con la psiquiatra, tenía mi medicamente. Le llamé a mi hermana y le dije que viniera por mí, que ya no me sentía segura allí y que me sacara, al final me fui.»