Por: Rosalío Morales Vargas
Las gélidas punzadas de la lluvia,
cual pérfidos puñales,
penetran en la carne y en el alma
de infancias palestinas,
pinchadas por mordaces estiletes,
bajo una pertinaz borrasca ansiosa.
Al perverso pregón de la barbarie,
que toca las trompetas pretorianas
en espasmos tronantes y opresivos,
se añade un temporal,
una tromba de invierno
pletórica en pesares.
Perduran los estragos
de una ocupación ya sempiterna;
no existe la piedad,
pulula la arrogancia genocida,
se pulsa en el ambiente
la criminal e insana podredumbre.
El horizonte plumbeo,
opaco por el cieno y la ceniza
de prácticas atroces,
impregnadas de óleo del patíbulo,
oprimen sin pudor y sin recato,
el pundonor de un pueblo.
Época aciaga, las camisas pardas,
pretendiendo la «tierra prometida»,
pronuncian incoherencias,
con prisa vociferan,
y cual piedras se hunden
en el pútrido pozo del oprobio.
Entre tanto en los campos de refugio
la navidad persuade,
la dignidad persiste;
no hay pusilanimidad en Gaza,
prefieren perecer a ser vasallos.
Hoy pare la esperanza,
crepita en pleno vórtice el decoro.



