Por: Dr. Héctor Alejandro Navarro Barrón
Consultor en Educación en Estado de Derecho y Cultura de la Legalidad
Dicen que los recuerdos se intensifican con el tiempo. En mi caso, el eco que resuena con más fuerza es el del timbre de las 2:00 de la tarde en la Secundaria Estatal 3005 y en la 3020 (en su etapa vespertina en Santo Niño). Ese sonido, que para muchos solo marcaba el inicio de la jornada, era en realidad la puerta de entrada a un universo educativo de lucha y resiliencia.
Tras décadas en las aulas de Chihuahua, atestigüé de primera mano cómo el sistema educativo estatal opera bajo una dicotomía profunda: la mañana es la prioridad y la tarde, el espacio residual. No es una crítica al trabajo matutino, sino una denuncia a la indiferencia estructural que ha convertido a nuestras secundarias vespertinas, como lo diría el sociólogo francés Didier Lapeyronnie, en «guetos educativos». Este término describe la segregación escolar, donde las escuelas concentran a estudiantes de grupos vulnerables, reproduciendo la exclusión social.
La narrativa oficial de que el turno vespertino simplemente maximiza la infraestructura es una verdad a medias que esconde una realidad más dura: la estigmatización sociológica. En la percepción social y, tristemente, a nivel administrativo, nuestros alumnos eran vistos como los «reprobados», estudiantes «problemáticos» o excedentes de los turnos matutinos.
Recuerdo los veranos en la 3005, donde mis alumnos y yo luchábamos contra temperaturas que rebasaban los 35 grados centígrados, y que en casos de secundarias en Ciudad Juárez pueden llegar hasta los 40 grados. La jornada vespertina inicia precisamente en el pico de calor. Mientras que el ahorro energético es la excusa de la Subsecretaría de Planeación y Administración para prohibir o restringir los aires acondicionados (minisplits), esta política se convierte en una barrera fisiológica para el aprendizaje. Es una violencia administrativa priorizar el ahorro sobre la salud de los estudiantes o recurrir a la otra opción, los aires acondicionados evaporativos, que no resuelven el problema por la escasez de agua en el estado. La dignidad del espacio se sentía vulnerada, como si operáramos en instalaciones «prestadas» o «en ruinas», en ocasiones este sentimiento se agudizaba por las actitudes de algunos directivos y docentes de los turnos matutinos que nos hacían sentir como intrusos.
¿Cómo pedirles a los padres que confíen cuando el horario de salida (entre 19:30 y 20:00 horas) condena a los adolescentes a regresar a casa en total oscuridad? En colonias periféricas, con fallas de alumbrado público y la omnipresencia del crimen organizado, esta inflexibilidad horaria de la autoridad es un riesgo inaceptable. La oscuridad se convierte en un facilitador delictivo, y hemos visto casos de narcomenudeo dentro de los planteles y hasta ataques armados al salir de clases.
La inestabilidad es la norma, no la excepción. La política de fusión de grupos al no alcanzar un mínimo de 30 alumnos rompe la cohesión y expulsa a los estudiantes más vulnerables hacia la deserción. Sumado a la recurrente falta de pago a los docentes interinos y nóveles, el sistema genera un mecanismo de desmantelamiento «silencioso», minando la estabilidad laboral y la continuidad pedagógica.
Con todo lo anterior, lo más frustrante es saber que el turno vespertino posee una ventaja latente que la burocracia y la falta de inversión están desperdiciando. Existe una paradoja cronobiológica en la adolescencia. La biología del joven dicta un retraso natural en la fase del sueño, lo que significa que rinden mejor cuando se despiertan más tarde. El horario de inicio vespertino (14:00 horas) se alinea mejor con el reloj biológico del adolescente. En teoría, esto debería traducirse en mayor alerta, mejor estado de ánimo y una mayor capacidad de aprendizaje. Sin embargo, en Chihuahua, esta ventaja se ve neutralizada por el estrés térmico extremo.
A pesar de todo, la resiliencia brilla. Observamos cómo mis colegas y nuestros alumnos responden con excelencia en bandas de guerra, escoltas de bandera, en disciplinas artísticas y deportes, ganando concursos a nivel estatal y nacional. Estas actividades son un factor protector y generan un orgullo institucional que rompe el estereotipo del «indisciplinado”.
El turno vespertino no es solo para el rezagado; es vital en un estado con fuerte industria maquiladora. Ofrece una opción a jóvenes que deben trabajar por las mañanas y permite a los padres con turnos rotativos organizar el cuidado familiar.
El futuro de las secundarias vespertinas exige un cambio de paradigma: pasar de la visión de «racionalización y contención» a una de «inversión compensatoria”. Necesitamos con urgencia: Presupuestos diferenciados para climatización e iluminación; flexibilidad administrativa en el tamaño de los grupos para proteger a los alumnos vulnerables; y seguridad perimetral garantizada como prioridad de estado.
De lo contrario, la brecha seguirá ensanchándose.
Es hora de dejar de ver a las secundarias vespertinas como un destino de segunda y reconocerlas como lo que son: un proyecto social inclusivo para los jóvenes más vulnerables de Chihuahua. Es una deuda que la autoridad tiene con ellos y con los maestros que dimos la vida en esas aulas de la tarde.



