Por: Rosalío Morales Vargas
Contrito el cielo. Nubes fugitivas
olisquean la hediondez de la barbarie
y el aullido feroz de la crueldad;
los denuestos, clamores y murmullos
envolvieron con túnica escarlata
las losas de la plaza acongojada.
No tuvieron piedad los asesinos,
obedecían órdenes de arriba;
la metralla arrasó con las voces y el asombro
de la joven marea militante
del entusiasmo que se había lanzado
contra un muro despótico, roído.
Diez semanas atrás
se sublevó el espíritu rebelde
de miles de muchachas y muchachos,
que trovaban rapsodias en tono de protesta;
mas sus palabras no encontraron eco
en los sordos oídos del tirano.
Se reprimió con saña el fervor adolescente,
queriendo silenciar los zuzurros de esperanza
del corazón lumínico que horada las tinieblas
y abre los herméticos postigos
de la sala autocrática ávida de elogios,
para que entre el aire fresco emancipado.
En la torva emboscada de fusiles,
tranquetas, botas y doradas charreteras,
se evidenció la insania sórdida
de sadismo y pulsiones destructoras;
se disparó sin miramientos;
se derramó la sangre en aluviones.
No se podrá olvidar a Tlatelolco
el 2 de octubre queda en la memoria,
La Plaza de las Tres Culturas
nos interroga a la distancia
de aquél 68 inolvidable:
¿Hasta cuándo las fieras seguirán impunes?
¿ Hasta cuándo una antorcha justiciera
alumbrará los hoscos rincones de la infamia?
Chihuahua, Chih.
2 de octubre de 2025