Por: Mtra. Erika Gabriela González Gaytán
En el marco del CONISEN 2025, entre lecturas atentas y escuchas inquietas, surge la siguiente reflexión que busca cuestionar, más allá del entusiasmo discursivo, las condiciones reales en que se sostiene la figura del maestro como agente emancipador.
Si bien la Nueva Escuela Mexicana (NEM) apuesta por una figura docente crítica, transformadora y políticamente activa —como lo subraya el Dr. Joel Orozco, a quien envío mi admiración y respeto, al llamar al maestro “emancipador de las injusticias sociales” ( https://tinyurl.com/mr2n6p8x)—, ¿choca acaso esta narrativa con una realidad estructural que parece desmentirla?
En el contexto mexicano, resulta problemático hablar de emancipación cuando el propio magisterio no ha logrado, hasta hoy, superar las condiciones de precariedad, fragmentación y subordinación heredadas de décadas de políticas neoliberales y de prácticas sindicales corporativistas.
Vale la pena reconocer que la propuesta del Dr. Orozco visibiliza con agudeza el potencial transformador del docente desde una lectura latinoamericana crítica, recuperando voces como la de Freire o Dussel, y defendiendo el lugar del maestro como sujeto político e intelectual. Su posicionamiento, sin duda, oxigena el debate público y abre espacios para replantear los fines de la educación más allá de la lógica tecnocrática.
Sin embargo, desde una mirada más estructural, es justo también preguntarse: ¿qué tan viable es esa figura del “maestro emancipador” cuando el gremio sigue operando bajo las viejas reglas del juego?
Desde el Pacto por México hasta las reformas educativas del sexenio de Peña Nieto, el cuerpo docente fue objeto de un proceso de criminalización simbólica y administrativa. Se le culpó de los males estructurales del sistema educativo, mientras se le sometía a esquemas de evaluación punitiva, se limitaba su autonomía profesional y se depreciaba su papel social. Hoy, aunque el discurso oficial de la NEM pretende rescatar al maestro como “intelectual transformador”, la deuda estructural sigue sin saldarse.
Antes de estas reformas, el gremio docente ya venía arrastrando prácticas internas que dificultaban cualquier proyecto emancipador. El sindicalismo magisterial, nacido del corporativismo priista, ha reproducido en diferentes, sectores, niveles y momentos, lógicas verticales, centralistas, clientelares y muchas veces excluyentes, en un claro atentado contra la dignidad individual y colectiva, impidiendo que los propios maestros sean sujetos plenos de autonomía y autogestión.
¿Cómo se puede emancipar a otros cuando uno no se ha emancipado a sí mismo? ¿Cómo se construye una pedagogía de la liberación dentro de estructuras que reproducen la opresión?
La figura del maestro como agente crítico y liberador es deseable, sí, pero peligra con convertirse en una ficción pedagógica si no se acompaña de procesos reales de democratización interna del gremio, de reconocimiento profesional efectivo y de ruptura con las inercias de control heredadas tanto del Estado como del sindicato. La emancipación no puede ser un acto solitario, individual o meramente retórico; requiere organización colectiva, conciencia política y transformación institucional, que de vida a lo ya escrito en el papel.
Plantearse estas reflexiones no solo es necesario, sino urgente; en muchas narrativas oficiales (incluyendo las más progresistas), se construye esta figura heroica del maestro como salvador social, pero se omite que sigue siendo un sujeto oprimido, y que el contexto en el que trabaja (burocrático, centralista, poco autónomo) limita brutalmente su margen de acción.
Hay una dimensión casi paradójica o incluso trágica en esta figura: se le pide cambiar el mundo, pero apenas si puede cambiar su propia realidad laboral. Se le exige actuar como sujeto político, pero muchas veces se encuentra atrapado en estructuras clientelares y sindicales donde ni siquiera puede alzar la voz sin represalias. Chomsky diría que esto es una forma más de control ideológico: hacer creer que uno tiene poder mientras se le niegan las condiciones materiales para ejercerlo.
Esta crítica no es pesimista, sino profundamente realista. La transformación educativa no puede centrarse solo en el aula o en los discursos pedagógicos: debe empezar por transformar las condiciones estructurales del trabajo docente, incluyendo sus formas de organización y el fortalecimiento de su institución gremial, si no se logra eso, el ideal del maestro emancipador puede terminar siendo solo un símbolo vacío, útil para legitimar políticas, pero impotente para cambiar realidades.
Artículo de opinión
Mtra. Erika Gabriela González Gaytán
Este texto representa una opinión personal, surgida en el marco del CONISEN 2025, en ejercicio del derecho a la libertad de expresión y con pleno respeto a la pluralidad dentro del movimiento magisterial. No representa necesariamente la postura oficial de ninguna organización ni cargo ostentado.