“Los verdaderos intelectuales de México son las maestras y maestros de educación básica”: Manuel Gil Antón llama a ser docentes a ser cultos, críticos y provocar comprensión, no repetición de consignas

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El doctor Manuel Gil Antón, sociólogo de la educación, participó este viernes en el Octavo Congreso Nacional de Investigación sobre Educación Normal (CONISEN 2025) con la conferencia magistral «¿Cualquiera puede enseñar? La trascendencia social de la docencia». Tras abordar, desde un punto de vista sociológico, la noción de poder y su evolución, colocó en el centro de la discusión a la escuela como institución crucial para el sostenimiento y posible transformación del orden social.

El académico partió de la distinción entre poder y orden social planteada por Max Weber. Mientras el primero se funda en la violencia y la coerción, el segundo descansa en la aceptación compartida de roles y jerarquías. En el aula, ejemplificó, la obediencia del alumnado al docente no se explica por una pistola en la sien, sino por la legitimidad de la función educativa, lo cual refleja cómo se construyen los equilibrios que permiten a la sociedad subsistir.

A lo largo de su recorrido histórico, Gil Antón ilustró cómo la disolución del antiguo régimen feudal, sacudido por las revoluciones industrial, científica, política y religiosa, rompió las fuentes tradicionales de legitimidad -la religión y la tradición-, dejando un vacío que exigió nuevas formas de cohesión social. La sociología nació justamente en esa turbulencia, intentando responder a la pregunta: ¿cómo mantener unido a un mundo que ya no podía sostenerse en los dogmas heredados?

En este tránsito, explicó, las sociedades encontraron nuevas bases: la ética laica de Durkheim, la racionalización burocrática de Weber, y la promesa de movilidad social planteada por Parsons. Todas ellas buscaban darle legitimidad al orden social moderno, aunque sin resolver la pregunta incómoda: ¿cómo se naturaliza la desigualdad en un sistema que se dice meritocrático?

Fue en este punto, con la quinta idea, donde el conferencista detuvo la mirada en la institución clave que articula ese nuevo orden: la escuela. Desde el sello de una abeja en el cuaderno hasta el título universitario, la escuela certifica méritos, socializa conductas y transmite valores que legitiman las posiciones sociales. No es solo un espacio de instrucción: es la maquinaria que organiza la promesa de que “el origen no es destino”.

Gil Antón advirtió, sin embargo, que la escuela no es un terreno neutro. Bajo el barniz del mérito, en realidad legitima desigualdades estructurales. Confundir mérito con logro, ejemplificó, es invisibilizar el esfuerzo monumental de una niña indígena que termina la secundaria frente a la facilidad con que un hijo de universitarios alcanza estudios superiores. Así, el sistema escolar convierte desigualdades de origen en desigualdades legitimadas, aceptadas como naturales.

Con ironía y firmeza, sostuvo que el -término acuñado por él- Individualismo Meritocrático Competitivo (IMC) ha colonizado la educación, reduciéndola a un campo de acreditaciones, estímulos y becas que enmascaran la desigualdad real. Pero, advirtió, aceptar este destino sería un error fatal: “la escuela está estructuralmente orientada a justificar la desigualdad, pero no está condenada a ello”. Hay margen de agencia, espacio para la resistencia y la construcción de alternativas.

Ese margen, subrayó, se abre cuando la escuela deja de ser “otro ladrillo en la pared” y apuesta por ambientes de aprendizaje sólidos, colectivos y críticos. Un terreno de disputa donde no se confunda crítica con ocurrencia, ni mérito con simple repetición. Para ello, demandó autoridad intelectual y trabajo serio del magisterio, alejado del llenado mecánico de formatos.

Al cierre de su intervención, el sociólogo compartió tres conclusiones a los asistentes. Primera, la escuela cumple el rol de interiorizar el orden social, pero también puede revelar su carácter artificial y abrir la puerta a la ciudadanía crítica y culta, capaz de no resignarse a un “piso de abajo” sin dignidad.

Segunda, el mejor maestro no es quien domina su campo de estudio, sino quien domina el contenido pedagógico para generar ambientes de aprendizaje donde realmente se produzca el asombro que cambia vidas, provocar comprensión, no repetir consignas.

Y a tercera, los verdaderos intelectuales de México no son los integrantes del Colegio Nacional ni los investigadores consagrados con estímulos y becas. Los auténticos intelectuales son las maestras y maestros de educación básica que, con su trabajo cotidiano, generan la inteligencia social, la sensibilidad compartida y el conocimiento que sostiene a la nación. Gil Antón manifestó que «no es un elogio vacío» sino una exigencia de dignificación que el país no puede seguir aplazando.