Por: Rosalío Morales Vargas
La crueldad y el sadismo reaparecen
con espasmos frenéticos agudos,
lo mismo en Hiroshima ocho décadas atrás,
que hoy en la martirizada Palestina.
Otras personas, otros niños
víctimas son de los delirios belicosos
de magnates con ojos de lujuria,
a lomos del becerro de oro
y el extravío narcisista del poder.
Truman y Netanyahu se miran al espejo,
esbozan maliciosos la sonrisa
y la aviesa capacidad de necrofilia
para acabar la vida
que pende de hilos frágiles y tenues esperanzas.
En medio del verano atenazante
ominoso se yergue el fantasma de la muerte,
ayer en la Bahía del Mar de Seto,
ahora a la vera del azul Mediterráneo.
Los objetivos similares de las hienas siguen siendo
el exterminio de civiles desarmados,
apoderarse de los bienes de otros,
y la erradicación de la memoria de los pueblos;
los horrores atómicos de un lado,
y la masacre inicua y sostenida por el otro.
Se han afilado los cuchillos del desastre,
y los tambores genocidas redoblan estruendosos,
el infierno nuclear desasosiego infunde,
la ansiedad se despliega virulenta,
en un planeta aprisionado por gendarmes asesinos.
Se tiene que poner un alto al miedo,
la maldad en el hombre no es innata,
la guerra impía puede derrotarse,
si se cambian los modos, los medios y los fines.
La dictadura del dinero es un estorbo,
la humanidad desalienada lanza un yo acuso
a los señores belicistas y pugnaces,
exhibiéndolos en las vitrinas de la infamia,
frenando la violencia destructiva.
Ochenta años de Hiroshima.
Candente actualidad de Palestina.
¡Cuánta distancia, cuánta semejanza!