Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Con independencia de tratar de discernir las diferencias entre ser jefe, dirigente o ser líder, el trabajo en equipo que logre alinear filosofías y conductas es el ideal para toda estructura.
Poco efectivos han resultado liderazgos unipersonales cuando sus compañeros o colaboradores caminan por sendas distintas, con metas y propósitos alejados de la ruta marcada por quien encabeza los esfuerzos.
Si bien un líder se caracteriza, entre otros atributos, por su empatía, don de gente, y trato justo y afable, el que su equipo de trabajo, o algunos de sus miembros, pretendan marcar agenda diametralmente opuesta a su ejemplo y proceder, es motivo de alerta y de inmediata atención, pues ello, sin duda, será en menoscabo de aquellos para los que se sirve.
Corresponder al pensamiento y al actuar de quienes poseen el liderazgo es lo mínimo exigible a los que acompañan su camino.
Y no se trata de que se finja en su presencia cuando en su ausencia la arrogancia, el desinterés y la falta de compromiso se enseñorean dejando tras de sí la estela del desprestigio incluso para su líder.
Se dice y se dice bien, que el liderazgo y el respeto se ganan y no se da solo por ocupar temporales espacios.
La comunión y conjuncion de esfuerzos es lo deseable y para ello se arropa un equipo de trabajo, por infortunio, eventualmente las enmascaradas ambiciones personales el insano protagonismo o el desdén se convierten en una mala imagen para las organizaciones.
Un buen equipo, por tanto, dictará una buena o fatal apreciación de los liderazgos.