Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Es parte de las relaciones humanas el que haya divergencias en algún momento de las mismas, máxime cuando éstas son prolongadas.
Los diferendos en apreciaciones generan, sin duda, exposición de puntos de vista contrapuestos a lo que quizá alguien del colectivo expresa.
Sin embargo, llegar a los límites, con la intolerancia por conducto de incontinencias verborreicas por delante, no habla más que de la necesidad de hacer un alto en el camino y reflexionar sobre las verdaderas circunstancias que motivaron llegar a ese punto.
Si algún agravio fue percibido, si existieron omisiones o acciones consideradas una falta de respeto, nunca es tarde para reflexionar y reconocer si hubo errores o excesos en el actuar, para con ello, remediarlo.
Parece increíble que formando parte de una misma organización o de un mismo colectivo no se hagan los ejercicios necesarios para generar los espacios de encuentro, conversación y diálogo que redunden en el logro de metas y objetivos. Parece irreal el grado de polarización y encono que se procura cuando la escucha asertiva y la coincidencias de propósitos deben ser privilegiados.
Tal vez remitirse a la historia de tristes finales por desencuentros internos sea un detonante para aprender de los errores que, en muchas ocasiones han hundido en el mar de la ignominia a las organizaciones.