Por: Rosalío Morales Vargas
Por: Rosalío Morales Vargas
Como un tatuaje inscrito en las baldosas del alma,
como una lágrima furtiva que aparece
en la rugosa y macilenta piel
de tumefactos rostros agredidos
por secos golpes de desprecio;
así es como se muestra la violencia a las mujeres
en una sociedad manchada por la incuria.
Es como sombra abyecta del extravío y la desmesura,
desde la sórdida penumbra de los tiempos viene,
del vacío existencial y oquedades de sentido,
del deseo de poder y control de vidas subyugadas,
resurge cual humeante tren en los rieles del dolor,
con la pesada carga cultural del privilegio.
Un estigma social
Agravio a la conciencia
Inequidad rampante
Y cruel indiferencia
Acoso permanente
Ninguna consecuencia
Abuso de poder
De pasmosa frecuencia.
Las violencias machistas matan,
están insomnes al acecho de alboradas,
son un estorbo al nacimiento de otro mundo,
son trata, explotación, proxenitismo,
son corceles aviesos al galope,
vagabundeando inquietos entre el miedo
a perder para siempre sus prebendas.
Pero una marejada en rebeldía de las mujeres,
autónomas y libres de oprobios altaneros,
más temprano que tarde alzará el puño
y cubrirá de luz
la nueva sociedad emancipada.