Por: Martha Retana
Susurrabas mi destino con esa voz escalofriante, despavorida huía ensimismada odiándote, gritando que todo era una despiadada mentira de mi conciencia tan real.
Terca como siempre tomabas mi mano advirtiéndome de mi decisión, necia y sorda te desprecié.
Las miradas me indicaban mis errores y seguías viéndome cautelosa pero sin ningún descuido.
Déjame en paz te gritaba desesperada, señales dejaste en el camino que emprendí, una migaja, dos migajas, tres... Insistente me aferré a seguir, un paso, dos pasos, tres...
Te veo ahí de pie, a oscuras, con esa mirada inquisidora y me aterra tu advertencia, –¡ya te oí! grito desesperada, pero no puedo parar, no puedo dejar de caminar, déjame caer, fuerte y profundo, déjame llorar aislada y despechada, déjame caer y que me duela tanto para poder morir y así revivir como ayer.