El fútbol americano mata: suicidios, demencia, depresión...

Ciudad de México.- Quien no tiene miedo a nada, está muerto o es tonto. Chris Borland es un tipo inteligente y con la intención de seguir vivo un montón de tiempo, así que tenía miedo. Mucho. A su trabajo, a la profesión que le iba a convertir en multimillonario. Borland tenía miedo al fútbol americano: «Me pregunté si era así como quería pasar mi vida adulta, dándome golpes en la cabeza. Decidí que sólo deseaba tener una larga vida, sin daños cerebrales ni una muerte prematura. El fútbol (americano) es inherentemente peligroso». Y a los 24 años, con un gran futuro tras ser uno de los mejores novatos de la NFL la temporada pasada, se retiró.

Con su inesperada decisión, Borland renunció a 2,3 millones de dólares ya asegurados por los tres años que le quedaban de contrato con los San Francisco 49ers (recibió 620.000 dólares por su único curso en activo). Y, salvo lesión o inesperado bajón de rendimiento, un jugador de su nivel y posición (inside linebacker) habría firmado un segundo contrato de unos 40 millones. Más la fama, los anuncios y el cómodo retiro de ex jugador. Y no fue el único. La pasada primavera, otros tres profesionales en plenitud se retiraron por sorpresa: Patrick Willis (30 años), compañero de Borland en los 49ers y con 15 millones por cobrar las dos siguientes temporadas; Jason Worilds (27), con ofertas de 40 millones por cinco años, y Jake Locker (26), con cuatro millones anuales como cebo. Todos lo dejaron, aunque sólo Borland explicó con claridad sus motivos:

¿Qué es lo que saben? Que el fútbol americano puede matar. Quedémonos con dos conceptos: CTE y concussion. CTE o encefalopatía traumática crónica, una enfermedad neurodegenerativa provocada por la acumulación de traumas cerebrales que genera demencia, pérdida de memoria, depresión, agresividad y confusión. Concussion o, en español, conmociones y contusiones cerebrales; causa del CTE y lacra crónica en la NFL. También es el título de la nueva película de Will Smith, que se estrenó en EEUU este viernes y que llegará a España, bajo el telefilmero título de La verdad duele, el 12 de febrero. Y si Will Smith, el actor alérgico a la polémica que rechazó Django desencadenado por violenta y Matrix por rara, se mete en un proyecto controvertido que te pone contra las cuerdas, es que estás en un hoyo muy profundo. La NFL lo sabe y puso mil dificultades a la película, pero no logró pararla. Ya no puede esconder durante más tiempo al elefante dentro de la habitación.

El doctor que expuso la cara sucia del gran deporte americano se llama Bennet Omalu. Un neurólogo forense nigeriano que, alma cándida, decidió que la mejor forma de integrarse en su nuevo país era poner en jaque lo único que une más a EEUU que los fuegos artificiales horteras. En 2002 fue el primero en descubrir CTE en el cerebro de un ex jugador y, cuando esperaba convertirse en un héroe por hallar el origen del mal que martirizaba a tanto veterano, la NFL sacó su artillería para convertirle en el enemigo público número uno. Un loco contra el american way of life.
Omalu, al que por supuesto interpreta Will Smith, también tuvo aliados. Por desgracia, estaban todos muertos.
El primero fue Mike Webster. Leyenda de los Pittsburgh Steelers, cuatro veces campeón de la NFL y miembro del Hall of Fame. Un estudio de sus 15 años de carrera afirmó que Iron Mike había recibido impactos en la cabeza que equivalían a 25.000 accidentes leves de tráfico. La factura fue cruel: acabó demente, solo, viviendo en una caravana y alimentándose de barritas de chocolate y caramelos. Murió de un ataque al corazón a los 50 años y su cerebro fue el primero que cayó en las manos de Omalu.
Pese a que en el análisis inicial todo parecía normal, el doctor se obsesionó: algo tenía que provocar que un portento físico de 1,85 y 120 kilos acabase convertido en un guiñapo. Algo se le escapaba. Consiguió el permiso de la familia y montó un laboratorio en su propio apartamento. Fue cortando el cerebro loncha a loncha y haciendo pruebas hasta que gritó eureka. Unas manchas raras, unas lesiones nunca vistas. Tenía la respuesta. Iban a adorarle. Pobre diablo.
Guerra sucia
«Esa teoría no se sostiene» «¿Quién es ése?» «Es un farsante». Omalu publicó su descubrimiento en 2005 y la NFL respondió a cañonazos. Los científicos miembros de su Comité para Lesiones Cerebrales desacreditaron el estudio de ese don nadie. Y coló, pese al pequeño detalle de que no había ni un neurólogo en todo el comité y el director era reumatólogo. Minucias.

Pero mientras la NFL se dedicaba a las relaciones públicas, el proscrito Omalu siguió investigando. Los muertos no paraban de llegar a su laboratorio.

El segundo fue Terry Long, que se suicidó a los 45 años bebiendo anticongelante. Las pruebas lo confirmaron: CTE. Andre Waters, al que la NFL llevaba años negando una pensión de invalidez, se pegó un tiro en la boca a los 44 años: CTE. Justin Strzelczyk, de sólo 36 años, empezó a oír voces, se plantó en una gasolinera, le dio 3.000 dólares a un desconocido al grito de (corre, el mal está llegando) y emprendió una huida enloquecida que acabó con su camioneta contra un depósito de ácido y una gran explosión. Sí, tenía CTE. Y así hasta 17 casos. Omalu no se detuvo.

«Los medios y la NFL me hacían sentir un alien que quería destrozar su mundo. Me golpearon y me quemaron. Pero seguí adelante por los jugadores. Lo que había descubierto podía salvar vidas o, al menos, mejorarlas», explica ahora el doctor, que poco a poco fue encontrando apoyos. En 2008, la universidad de Boston creó el primer banco de cerebros dedicado a buscar CTE en veteranos de la liga. La caballería había llegado.

Sin embargo, para que la opinión pública asumiese que su pasión tenía efectos secundarios aún faltaba un golpe de efecto. O dos. En 2011 y 2012, Dave Duerson (50 años) y Junior Seau (43) se suicidaron disparándose en el pecho en vez de en la cabeza. El motivo de esa elección lo explicó el primero en su nota de despedida: Estudien mi cerebro.

Ya era demasiado. Dos estrellas populares y carismáticas que, tras una espiral autodestructiva, decidían suicidarse de una forma más dolorosa y menos efectiva para preservar sus cerebros intactos. La NFL, los medios y el público no pudieron seguir mirando hacia otro lado. Omalu había ganado: «Sólo quería que los jugadores tuvieran el mayor conocimiento posible de la situación; que supieran los riesgos».
Chris Borland, Patrick Willis, Jason Worilds, Jake Locker... Ya todos lo saben. ¿Y ahora qué?
El futuro
«No permitiría a mi hijo jugar al fútbol profesional». Lo dijo Obama en 2014 y se tambaleó la NFL. Pero poco. Porque esto no es el boxeo, con su mala imagen y su relativa clandestinidad. Esto es un negocio de miles de millones de dólares que crece cada año, que está incrustado en el inconsciente colectivo de todo un país y que ofrece una salida de la pobreza a muchos chavales. No va a dejar de jugarse.

La clave la da Will Smith, que desde El Príncipe de Bel Air lleva ofreciendo respuestas para casi todas las grandes incógnitas de la vida: «Mi hijo mayor juega y durante mucho tiempo sólo me preocupaba que sufriera una lesión de columna. No sabía nada de daños neurológicos. ¿Cómo es posible que no tuviese esos datos? No quiero que mi hijo lo deje, sólo que tenga toda la información necesaria para tomar la decisión.

Los datos ya están ahí y son contundentes: la esperanza de vida media del hombre en EEUU es de 76 años y la de los jugadores de la NFL... de 57. En septiembre, el centro médico de Boston informó de que de los 91 cerebros de ex profesionales estudiados, 87 sufrían CTE (hay que tener en cuenta que casi todos los donantes sospechan que sufren alguna enfermedad neurológica).
La NFL ha cambiado reglas para limitar los golpes en la cabeza y los cascos han mejorado sus diseños para ofrecer más protección. Pero la tecnología tiene límites. «El cerebro es como un flan dentro de una caja que, por sólida que sea, no puede evitar que el flan se desplace con cada golpe. El casco protege el cráneo más que el cerebro. El peligro es evidente», explica José Manuel Moltó, vocal de la Sociedad Española de Neurología.

Al final, como casi siempre, es cuestión de dinero. ¿En cuánto valoras tu vida? ¿Cuántos años arriesgarías por la oportunidad de vivir como una estrella? La NFL ha dejado de resistirse a lo inevitable y en abril alcanzó un acuerdo con más de 2.000 jugadores retirados que la habían demandado por lesiones derivadas de los golpes en la cabeza. Los casos más extremos pueden llegar a recibir cinco millones de dólares. Un dineral, sí, pero sólo con su contrato televisivo nacional la NFL gana 3.000 millones al año. Puede permitírselo. Además, todo el sistema de pensiones para veteranos se ha ajustado a los nuevos tiempos.

Si juegas, tienes cobertura e información. Ése es el triunfo del doctor Omalu. Si los profesionales destierran el viejo arquetipo del tipo duro, cuidan más su salud y dejan de avergonzarse por tener miedo, será el triunfo de Chris Borland. Cuando anunció su decisión, bastantes le criticaron. No tardarán en darle las gracias.

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