El espíritu de la ley

Por: Pbro. Camilo Daniel Pérez.

Las leyes (y me refiero a las leyes positivas que conforman el Derecho) se elaboran para una sana convivencia social y ciudadana. Son un reflejo y una concreción de los valores, tradiciones, usos, costumbres, etc. de un pueblo y/o de una nación.
 
Ahora bien, las leyes se plasman en letras, las más de las veces por escrito, y poseen un espíritu, es decir, la razón o motivación más profunda por la que se dictan dichas leyes. Este sentido genuino de un precepto legal es el que da legitimidad, justeza, orientación y la aplicación debida a la letra estricta de su texto. Así, para rescatar el sentido genuino  de una ley hay que recurrir a la hermenéutica, es decir, a la interpretación de la ley misma tratando de apegarse al valor o valores que se esconden detrás de su texto. Además, como norma general, siempre se busca en su interpretación el mayor beneficio posible para la comunidad o para las personas en lo particular.
 
Con razón llega a decir San Pablo que la letra mata, pero el espíritu vivifica (2 Cor.3, 6). Jesús mismo criticó fuertemente el legalismo en el que el pueblo judío había caído en su tiempo, olvidándose del espíritu mismo con el que se habían constituido las leyes, las cuales eran como una guía amorosa de Dios para que  los hombres se realizaran más libres y más humanos en alianza con el Señor; sin embargo, con el legalismo farisaico esas leyes se volvieron inhumanas y esclavizantes en su aplicación.
 
Toda esta larga introducción nos sirva para que reflexionemos en el profundo sentido que tiene y ha tenido en la historia la necesidad de declarar legalmente al Estado Mexicano como un Estado laico. Me parece que este valor de la laicidad, con su altas y bajas, con sus incomprensiones y su fundamentalismos, ha sido positiva tanto para el Estado como para la Religión y las diversas Iglesias. El Estado mismo se vio en la necesidad de declararse laico ante el afán de poder político, económico y moral de buena parte de la jerarquía católica. Esto fue el meollo del asunto, la motivación profunda del Estado Mexicano: No fue un rechazo a la religión en sí, sino un rechazo al ansia de poder de parte de los jerarcas de la Iglesia. Esto le sirvió a la Iglesia misma para volver a las fuentes del Evangelio y asumir su papel, no de tomar el poder, sino de fecundar y fermentar a la sociedad con los valores del Evangelio, dejando que cada cristiano asuma su propio compromiso social y político. La laicidad del Estado de ninguna manera contraviene a la confesión, inspiración, motivación religiosa que cada funcionario público pueda o no tener.
 
En el marco de lo anteriormente expuesto, me quiero referir al cargo que ocupa el Padre Javier Ávila, “El pato”, como miembro de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas. Éste ha sido un cargo muy controvertido frente al tema de la laicidad. Si nos vamos al espíritu de la ley sin lugar a dudas podemos confiar plenamente en que “El pato” no busca un coto de poder, ni posibilidades tiene de lograrlo en un cargo tan acotado por los demás miembros de la Comisión (CEAVE). A propósito de ello cae por tierra la aseveración de “La Cátedra Extraordinaria Benito Juárez de la Unam” de que el nombramiento del “Pato” “pone en tela de juicio la imparcialidad que ha de caracterizar los servidores públicos en sus labores de promoción y defensa de los derechos fundamentales de los ciudadanos.” Con ello, están prejuzgando hasta de infantiles y manipulables a los demás miembros de la Comisión. Me gustaría que los miembros de dicha Cátedra de la Unam me presentaran un funcionario totalmente “imparcial”, como quien dice: “Quien esté libre de toda ideología, que tire la primera piedra”. Por otra parte, me gustaría que fueran “Amicus Curiae” en los casos de Javier Duarte y, sobre todo, de César Duarte, quienes para nada fueron “funcionarios imparciales” sino que siempre los acompañó una ideología “ambiciosa, perversa y delincuencial” para que no se busquen subterfugios con el fin de aminorar su culpabilidad. Endebles son otras apreciaciones de los “Amicus Curiae” como el que por “El Pato” se pierde la “concepción secular y no sacra del poder político”, como si el “Pato” fuera a obligar a confesarse a todo el gremio de políticos y a celebrarles misa en sus oficinas. Sería interesante que los “Amicus Curiae” ayudaran a quitarle lo “sacralizado” que está el cargo del Presidente de la República que prácticamente es intocable. No me detengo en otras aseveraciones gratuitas  de esta “Cátedra Extraordinaria” que salieron más Juaristas que el mismo Juárez, a quien por cierto la Iglesia le debe una rectificación en su tarea evangelizadora.
   
Por otro lado, “El pato” no se eligió para este cargo por ser sacerdote, sino por su trayectoria de compromiso social con los pobres, los indígenas y especialmente con las víctimas de la violencia. Recordemos aquel fatídico 16 de agosto del 2008 que, como bien lo señaló la prensa en ese tiempo, fue “la masacre que el Gobierno de Chihuahua olvidó”. Doce jóvenes y un bebé masacrados en el Salón Ejidal de Profortarah por unos desalmados hampones. El dolor tan tremendo de las familias y del pueblo entero llenó la sierra ante una omisión cómplice de las autoridades quienes, en lugar de resguardar el pueblo, salieron de puntillas antes de la matanza. Quien tuvo que salir al quite fue “El pato” auxiliando en su dolor a las familias y, ante la ausencia de las autoridades, tuvo que hacerla de policía, de guardián, de ministerio público, asumiendo los servicios periciales a petición de la entonces Procuradora y del Secretario de Gobernación a quienes “El pato” recurrió solicitando apoyo. Las autoridades no llegaron por el miedo de “ser linchados”, como ellas mismas lo manifestaron, o bien, de ser acribillados por la mafia. Ante lo sucedido, ¿quién se atreve a pedir cuentas al “Pato” por usurpación de funciones?
 
Simplemente por esto y por muchas cosas más en su entrega a favor de tantas víctimas, “El pato” ha sido convocado para formar parte de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y no por el hecho de ser sacerdote, como si cualquier clérigo podría asumir tal responsabilidad. No en todos hay agallas para ello.  
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