Por: Luis Villegas Montes
El domingo pasado se desató en redes el escándalo: Willy, “El Furioso” Gómez, versus su hermana, “La Furiosita” ídem. En tal fecha, apareció un video en el cual se ve a esta singular pareja de familiares: primero, discutiendo a gritos mientras él la filma con su celular; segundo, quitándole el celular ella a él (el de él); tercero, quitándole el celular él a ella; cuarto, discutiendo a gritos, otra vez; quinto, queriéndole quitar el celular ella a él de nuevo; sexto, pegándole tremendo empujón, él a ella, en el conato de volver a despojarlo del celular; y séptimo, sigue la discusión a los gritos; nada más.
Lo menos que se pidió en redes para Willy, “El Furioso”, es que lo quemen en leña verde; no me cabe la menor duda de que, si cometió un delito debe ser sancionado por ello. Definitivamente y sin excusas ni demoras; pero de ahí, a que una panda de subnormales, con argumentos que van del Código Penal a la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia o la Convención Interamericana “Belém Do Pará”, ya hayan juzgado y condenado a Willy es mucho decir. Willy —ni más ni menos, como cualquier otro ser humano— merece un juicio justo, donde se respeten las formalidades esenciales del procedimiento y se presuma su inocencia hasta que no se pruebe lo contrario. De proceder de otro modo, estamos incurriendo de manera flagrante en ese mal que pretendemos erradicar: el abuso, la intolerancia, la inequidad, la injusticia y la impunidad.
Lo gracioso del asunto —esa “justicia graciosa” que titula estos párrafos— es que la Fiscalía del Estado y el Consejo de la Judicatura se avocaron, con inusitada celeridad, a conocer del tema en cuestión; cabiendo preguntar, por lo menos en el caso de este último, lo que es un secreto a voces: ¿qué ha pasado con las quejas presentadas por servidoras públicas del Poder Judicial, por agresión, amedrentamiento, amenazas, violencia de género, revictimización, y hasta privación ilegal de la libertad por varias horas en perjuicio de una de ellas?
Como se ve, en los hechos, pueden más la misoginia de algunos funcionarios de ese Poder y de sus achichincles, entiéndase por tales: amiguetes, secretarios, asesores, empleados, subalternos, asistentes, colaboradores o cualquiera que sea el cargo que ocupen, de los consejeros, que el acceso, ¡ups!, a la justicia, en el Tribunal Superior de Justicia. En éste, puede más la voluntad de los patos —antes de proseguir, que quede muy claro: escribí “patos”; pe a te o ese, “patos”, no “gatos”— que la contundencia de las escopetas; y se defienden mejor o se intentan defender, los derechos de las mujeres de allá afuerita, que los de las de casa. Aquí, por obra y gracia de los patos, es posible hacer y deshacer con el personal, viólense derechos humanos o no, antes que tocarlos con el pétalo de una rosa.
Lo triste —si no fuera tristísimo sería ridículo— es que tan empoderados están, tan señores “de horca y cuchillo”, que pueden despreciar aquello que los debía regir, como son el orden jurídico y el sentido común: no están donde están para mandar sin ton ni son, con desprecio total a contenidos y formas legales, están para hacer cumplir el marco jurídico que rige, en primer lugar, para ellos mismos.
El mal ejemplo cunde: presas de una verborrea diarréica, la intromisión brutal de los otros dos poderes en el seno del Judicial, sólo sirvió para adornar el discurso vaciándolo de cualquier contenido. Si así les va a las mujeres del Poder Judicial, cómo le irá a las demás.
Mientras el Poder Judicial, literal y metafóricamente, se cae a pedazos, ante la indiferencia del foro, los patos se burlan de las escopetas y el herrero juega a la comidita con utensilios de palo.
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