No se puede absolutizar la ley ni deshumanizarla, ningún juez la puede aplicar sin sentido de justicia, libertad, verdad y amor: Padre Camilo Daniel Pérez

Chihuahua, Chih.- En una de sus habituales cartas pastorales titulada “La idolatría de la ley”, el presbítero Camilo Daniel Pérez arremete contra el “idolatrismo” de las leyes deshumanizadas y alejadas de la vida y sus tiempos. Asegura que en primer lugar un pueblo comparte la vida y los valores, cuestiones a las que deberían supeditarse, entre otras cosas, la legislación, que no hay que olvidar debe estar al servicio del pueblo. Por todo ello, el padre Camilo Daniel asevera que “no se puede de ninguna manera absolutizar la ley sin más. Un juez no puede aplicar ninguna ley sin tener sentido de la justicia, de la libertad, de la verdad y del amor”. A continuación la carta pastoral con un especial saludo para el padre Javier “Pato” Ávila Aguirre, quien recuerda es víctima actualmente de dimes y diretes precisamente por unas leyes o más bien interpretaciones intencionadas de las mismas que nada tienen que ver con el objetivo final de una legislación humana y al servicio del pueblo.

“LA IDOLATRÍA DE LA LEY.

La idolatría de la ley o, más peyorativamente, el “idolatrismo” de la ley sucede cuando se desconecta totalmente de la vida y, más hondamente, cuando se desconecta del sufrimiento de la gente  y se deshumaniza. Por lo mismo, no puede hablarse de leyes absolutas y abstractas.

Santo Tomás de Aquino hace bien en separar la ley natural que, hasta cierto punto es inexorable, de la que él llama “ley positiva” hecha por los hombres para la convivencia humana. La razón de la ley es para reafirmar la sociedad que Santo Tomás la define como “la unión moral, estable, de seres que intentan la consecución de un bien común”.

Si bien para el Aquino, “el trabajo es una de las cosas que primeramente nos reúne en sociedad, la inclinación a la amistad es un factor más elevado que congrega a los hombres en sociedad”. La amistad social o civil es la que nos une como ciudadanos y esa amistad brota simple y sencillamente del amor. A esta amistad Santo Tomás la llama “amistad honesta” que virtuosamente busca la justicia. He aquí el sentido profundo de la ley y su razón de ser.

Abundando un poco más en ello podemos decir que la comunidad política encuentra en la referencia al pueblo su auténtica dimensión y lo que caracteriza en primer lugar a un pueblo es el hecho de compartir la vida y los valores, fuente de comunión espiritual y moral.

A todo esto deberán supeditarse las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico, es decir, toda la cuestión de las leyes está simplemente al servicio del pueblo y sus valores.

Por ello, Santo Tomás llega a decir lo siguiente:  “De donde los legisladores deberán procurar tener la misma o más atención en conservar la amistad entre los ciudadanos que en aplicar la justicia, sobre todo cuando, al penalizar, pueda surgir la discordia.” 

Hay que buscar más la concordia en la amistad que en la represión, enemiga siempre de la “salud civil”, expresión del mismo teólogo. (Sententiae Octavi Libri Ethicorum, lect.1).  En otro de sus escritos afirma: “La ley humana en tanto tiene razón de ser, en cuanto ella misma es razonable (para el bien común)(inquantum est rationem rectam), pero en cuanto abandona esta razón, se vuelve mala (sic dicitur lex iniqua)  y, mejor dicho, se vuelve violenta.”  (Summa Theologiae I-II, q.93,a.3, ad 2um)

Todo lo afirmado por Santo Tomás lo vemos de una manera más clara y diáfana en la persona de Jesucristo, quien precisamente fue criticado por los doctores de la ley y por los fariseos por quebrantar  la ley judía, especialmente cuando profanaba el sábado por el bien de las personas. (Mc. 3,1-6).

Su afirmación fue categórica: “El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado” (Mc. 2,27). Este proceder de Jesús fue precisamente una de las causales para su crucifixión. Con razón afirma el teólogo Wink: “Lo que mató a Jesús no fue la irreligión sino la religión misma, no fue la falta de ley, sino precisamente la ley; no fue la anarquía, sino quienes tenían el orden en sus manos. No fueron las bestias, sino quienes se consideraban los mejores.”

Por todo ello, no se puede de ninguna manera absolutizar la ley sin más. Un juez no puede aplicar ninguna ley sin tener sentido de la justicia, de la libertad, de la verdad y del amor, virtudes sociales que garantizan la convivencia humana y la vida misma, refiriéndome nuevamente a Santo Tomás y a la hermosa Encíclica de Juan XXIII: “Pacem in terris”. Como afirmaba Juan Pablo II: “La justicia sin misericordia se vuelve fría e hiriente.”

Por cierto, un saludo para el Padre Javier Ávila, quien está actualmente enredado en los “intríngulis legales”, y mi abrazo solidario ante la pérdida de tu amigo que este viernes por la noche lo sacaron ahogado de la laguna de Arareko.

Mis respetos por tu trabajo tan solidario y humano en esos lugares de la sierra y concretamente por tu solidaridad ante el dolor de su esposa y de sus tres pequeños hijos. Afortunadamente, Javier, esa familia y ese pueblo serrano tienen el consuelo de tu presencia, como te escribía nuestra amiga Hilda. Que Dios los fortalezca”.

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