Por: Luis Villegas Montes
Como suele ocurrir, terminados los párrafos de la reflexión de esta semana, debí sustituirlos.
Murió Javier Gaudini. Podría decir que me he quedado sin palabras y es verdad; el asunto es que, sabedor de que podía ocurrir, semanas atrás nos convocó Javier a una reunión en la que estuvimos muchos de sus amigos y ahí, el buen Paco me pidió que dijera unas palabras y aquí están:
“Como pueden ver, no venía preparado.
Y es verdad, no venía preparado.
Estas páginas reposaban dobladas en el interior de mi saco y las traje solo por si resultaban necesarias. Por si alguien me pedía unas ‘palabras’ (suele ocurrir) y no quería que me agarraran como al ‘Tigre de Santa Julia’.
‘No venía preparado’, dije, y es verdad. Porque pareciera imposible estarlo. Porque nunca está uno preparado para estas cosas; porque uno piensa, siente o cree, que existen unas cuantas semanas más, unos días, unas horas, unos minutos tan siquiera.
‘No venía preparado’, dije, y pareciera que yo soy el único, porque Gaudini lo está -y esta reunión es prueba fehaciente de ello-; lo que demuestra que, para variar, llego tarde y llego mal a todas las cosas.
Pero antes de concluir, y ni siquiera estoy seguro de poder terminarlo, permítanme leerles el resto de este mensaje.
A Javier lo conocí hace muchos años, posiblemente más de 20 -y tengo una prueba que da entera fe de ello: Una fotografía que siempre ha estado colgada en la pared del fondo de mi escritorio y que reúne a una generación entrañable de alumnos y alumnas de derecho de la URN-. Trabajaba yo en el Congreso del Estado, como coordinador de asesores (y eso es importante, luego verán porqué), e invité al grupo para que fueran recibidos por el Presidente del Congreso y estuvieran presentes en una sesión. Al tiempo, se acercaron tres jovencitos a platicar; no recuerdo si fue para hacer sus prácticas, su servicio social o qué, allá fueron y yo les dije que sí, con la mala fortuna para uno de ellos, Javier, que no se podía quedar pues ellos eran tres y solo había espacio para dos. Lo echaron a suertes y él perdió. Así lo recuerdo: Tan joven, tan sonriente, con esa mirada de ojos enormes un poco desencantado pero optimista y entero como el que más, como ahora, como siempre.
Las cosas se resolvieron por sí solas y terminó quedándose. Si hemos de ser honestos, nunca trabajó mucho como abogado que digamos, pero a la política se metió de lleno y hasta el fondo. Sería muy pretensioso decir que al PAN entró por mí, porque al PAN entró por él, porque él quiso, porque se apasionó desde el primer instante; porque se enamoró del Partido como me enamoré yo; y lo hizo suyo con el alma y corazón. Muchas cosas fueron posibles a partir de entonces: Cruceros, mítines, reuniones, campañas. ¡Qué podía faltar, qué podíamos necesitar que no estuviera ahí Gaudini para ponerle remedio! Me acuerdo cuando remodelamos el despacho y de él fue la idea de cómo decorarlo; de cómo pintarlo; de como dejarlo presentable a un precio ínfimo. Así es Javier, entusiasmo, disposición, entrega. Así lo he visto en todo y desde siempre, en aquello que ha emprendido: Todo energía, todo aliento, toda dedicación.
Tuvimos nuestros desencuentros, claro. La política es un asunto de aguas turbulentas. Pero a la postre, quiero pensar que pudo más el afecto. Que pudo más la entraña. Que pudo más el cariño y la admiración que siento por este hombre a quien -y que me perdone-, no dejo de ver como un niño. Un niño de ojos grandotes y azules, con una sonrisa tan ancha que le ocupa la mitad del rostro.
Por eso, en esta hora, no sé qué hacer. No sé qué hacer conmigo ni con mis sentimientos; ni con este nudo que me cierra la garganta. No sé qué hacer pues no solamente veo al niño que asoma tras su mirada; veo también al otro, al adulto que se ha abierto camino a golpes de voluntad, de inteligencia y de trabajo infatigable; sobreponiéndose a los reveses que la vida nos impone; levantándose después de caerse; y lo veo exactamente igual que aquella mañana que ya empieza a ser eterna: Tan joven, tan sonriente, con esa mirada de ojos enormes un poco desencantado pero optimista y entero como el que más, como ahora, como siempre.
Y sin saber cómo terminar estos párrafos, los concluyo de la única manera posible, dicho así, de frente, en tu cara: ‘Te quiero mucho, Javier, y que Dios te bendiga ahora y siempre’”.
Descansa en Paz Javier.