El Barcelona goleó al Madrid (0-4) con dos goles de Luis Suárez, uno de Neymar y otro de Iniesta en una exhibición de pegada azulgrana y de indolencia madridista. Benítez queda muy cuestionado tras la derrota. A los de Luis Enrique no les hizo falta ni Messi, que salió en la segunda mitad. Crisis profunda en Concha Espina.
RUBÉN JIMÉNEZ
Benítez tenía un sueño. Entrenar al Real Madrid en un Bernabéu lleno, frente al Barcelona, sentado en el banquillo de su vida en el partido más grande del mundo. Con todo el dolor de su corazón se traicionó a sí mismo y sacó el once que gusta en el palco y en la grada, el que no hubiera dibujado jamás en su libreta. Y su mundo onírico se incendió, se derrumbó y se tornó en pesadilla. Los jugadores eran prácticamente los mismos que maravillaron en el Clásico del año pasado a las órdenes de Ancelotti, una muestra más de que en el Madrid funciona el laissez-faire. El partido deja dos posibles explicaciones: O Benítez no sabe entrenar al Real Madrid o los jugadores no quieren que Benítez les entrene.
El Barça se pegó otro festín ante el eterno rival. Los azulgrana están mal acostumbrando a una generación que ha vivido un 0-3, un 2-6, un 0-5 y el gustazo de este año. Los números dicen que sólo le sacan seis puntos de diferencia al Madrid y que al calendario le quedan muchas hojas que cortar, pero las sensaciones de un equipo y de otro tienen un universo entre ellos. Y se expande. Y sin Messi.
Sergi Roberto, con su cara angelical de no haber roto un plato, rompió el Clásico en diez minutos. Los que tardó en aprovechar la superioridad azulgrana en el centro del campo. Se veían los huecos en el campo blanco desde la Estación Espacial Internacional. Y el chaval se puso a esquiar sin nieve, a bailar en un eslalon en césped para encontrar con un grito de tobillo de bailarín el pase perfecto para un Luis Suárez que no definió, adornó la jugada con un toque de exterior sensacional con destino al lateral de la red de Keylor.
Fue el primer versículo del libro del Apocalipsis blanco. Un Madrid sumido en la incomodidad se mostró incapaz de robarle el balón a un Barcelona que tampoco hizo el partido del siglo. Le bastó con ir madurando a un equipo que llevaba tiempo amenazando con caerse del árbol. Sin ideas ni feeling, como si se vieran por primera vez en dos semanas cuando en realidad han aprovechado ese tiempo para preparar el Clásico. Jugar al ataque no es un acto de propaganda que se pueda pregonar en la previa, es una actitud. La que le faltó al equipo de Benítez.
El propio Sergi Roberto perdonó un 0-2 que acabó por convertir en el minuto 39 Neymar, con la magnífica colaboración de Iniesta. El manchego hizo la croqueta delante de dos rivales en el centro del campo, encontró vía libre y picó la bola lo justo para que el brasileño se encontrase frente a Keylor y con ventaja. Pareció querer dársela a Luis Suárez, pero como en estado de gracia todo sale bien, Navas la desvió hacia su propia portería. La bronca se veía venir y pudo ser mayor si Marcelo no hubiera sacado el 0-3 de Suárez de milagro al borde del descanso, una jugada que hubiera reencarnado a Ronaldinho en el cuerpo de Neymar.
Las mismas cartulinas que sirvieron para rendir homenaje a París antes del partido se utilizaron 45 minutos después para despedir al equipo con una pañolada en la que recibió hasta el apuntador. No se salvó ni Florentino, que escuchó gritos de dimisión. El Madrid fue un despropósito, desde el desaparecido Danilo hasta el inerte Benzema. Se sabe que no eran once maniquíes vestidos de blanco porque en ocasiones se movían. James, que fue titular y no estuvo excesivamente mal, fue el primer cambio blanco. Si fue un recado al colombiano, al palco o una decisión táctica sólo lo sabe Benítez. El caso es que no le salió bien porque el cambio, Isco, acabó por autoexpulsarse y al Madrid le siguieron cayendo goles.
El tercero, todo un insulto a la intensidad. El Barcelona sacó el balón jugado desde la defensa ante la indolencia madridista y lo culminó Iniesta con una pared al borde del área de Keylor con Neymar con tanta facilidad como precisión. Su zapatazo a la escuadra fue impecable. Los de Luis Enrique se gustaron y cuando la MSN se reunió pareció que jugaban en el parque de debajo de casa. Fallaban y se reían entre ellos, con muchísima superioridad. El cuarto, de Luis Suárez, quedará en la historia como un tanto con el Madrid ya roto, pero sus dos amagos hasta que tumbó a Navas para definir con calma y cerrar un marcador histórico fueron de museo.
Y quedaba un cuarto de hora para sufrimiento madridista y para que Piqué, que huele sangre como nadie, se lanzase al ataque para hacer él el quinto, que no llegó, como tampoco lo hizo el primero blanco gracias a un Bravo espléndido, superior, que dejó unos paradones de museo que tal vez el paso del tiempo entierre tras el resultado. Todo era felicidad en el vestuario culé después de destrozar el proyecto recién nacido del eterno rival.
En el Madrid queda una crisis brutal y mucho rencor de la grada hacia los jugadores, el entrenador y el presidente. Esto no se arregla con una caja de bombones y una goleada ante un equipo menor que pise el Bernabéu próximamente. Esta es una herida de las profundas, de las que envenenan relaciones y salen a relucir cada vez que haya cinco minutos sin arrumacos. El futuro de Benítez y de unos cuantos más puede estar sentenciado.
Fuente: marca.es